Si bien la coyuntura económica nos avisa de un otoño caliente a raíz de la actual escalada de precios y la evidente crisis de costes, el clima político le irá a la zaga con un inicio de curso que desembocará en dos grandes citas electorales en 2023: las municipales y generales. Para este último escenario los partidos engrasan ya su maquinaria con el habitual baile de nombres donde siempre caben los movimientos subterráneos que desembocarán en la confección de listas y la elaboración de unos programas que apenas nadie lee, pero casi todos dicen conocer.
Porque el programa electoral --ese guion que debe marcar la futura acción de gobierno-- es hoy lo más parecido a un relato en fase de elaboración que aspira a convertirse en best-seller. Son tales las reservas en su fabricación que solo unos pocos tienen acceso a él para no dar pistas al adversario político. Y quien las da, apenas un bosquejo, corre el riesgo de ver sus propuestas en libretos ajenos.
En paralelo está la sismicidad interna que acompaña a los políticos expuestos siempre a los cambios de cromos, a las renuncias, los refrendos, los exilios, las clausuras, deserciones, codazos y apartamientos. Y en esa estamos, en un mes de septiembre que abre un nuevo ciclo donde los partidos volverán a hurgar en sus entrañas con la idea de perseverar en una legítima caza del voto y con las encuestas internas como aperitivo, todo un tentempié que no sacia, pero alivia el apetito de los estrategas.
Y el resto de mortales… que se prepare para el atracón que viene.