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Paco Mariscal

AL CONTRATAQUE

Paco Mariscal

En el entierro de Isabel

Dicen los expertos que calculan datos que fueron centenares de millones de seres humanos quienes siguieron los funerales de la discreta Isabel II. Vecinos y allegados, entre los seguidores de las reales pompas fúnebres junto al Riu Sec se encontraba quien suscribe, cuyo fervor monárquico es más bien escaso. Aunque el desapego respecto a la realeza, sea ésta la de un Windsor o un Borbón, está emparentado con la consideración o respeto que tiene uno para con los reyes que reinan pero no gobiernan, para con las cabezas coronadas y representativas en un estado democrático y parlamentario. Cabe añadir que ese respeto y consideración social son mayores si la cabeza coronada realiza su tarea representativa sin ánimo de lucro. Siempre es preferible quedarse con la reina Margarita II de Dinamarca antes que con el republicano Ortega en Nicaragua. Volvamos, sin embargo, al sepelio de la longeva reina inglesa.

Los funerales reales han constituido estos últimos días un grandioso espectáculo parateatral abierto y callejero en parte, y en recintos cerrados y cubiertos por altas y agudas bóvedas de crucería. Gótico o neogótico bellísimo, espectacular. Como espectaculares fueron los desfiles y las marchas de uniformados multicolores por las calles de Londres o los timbales y trompetas. Todo perfecto y con esmerada organización. Hubo más y ese más nos encandiló a quienes no somos fervientes lectores de la prensa del corazón: la música coral, el salmo 23, los viejos himnos cantados en los funerales reales desde hace varios siglos, alguna composición que en su momento encargó la difunta Isabel, y los sones del instrumento del gaitero de la reina que recordaban las tierras altas de la vieja Escocia.

Ya es historia

Por donde la geografía impregnada por la tradición conservadora británica, lo mismo que por estos pagos valencianos e hispanos, Isabel II ya es historia. Una historia que discurre paralela a los desastres europeos de las décadas fatídicas del pasado siglo: los años 20 y 30 y hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. Una historia emparejada con la existencia de quienes nacimos en la década de los 40 y no conocimos en Inglaterra a otra reina que no fuera Isabel. Una generación, la que ahora peina canas o calvas entre los 70 y 80 años, que no conoció, hasta la fecha, notorio percance bélico alguno en suelo europeo, pues los más viejos necesitaban pañales todavía al finalizar la gran contienda que devastó Europa como devastó la convivencia en las Españas la incivil contienda los años inmediatamente anteriores. Todo parece haber cambiado durante los últimos años de este milenio, y no fueron tan solo los cambios climáticos.

Cuando Isabel II, tan callada y discreta, caminaba hacia su último y permanente reposo, acompañada de lindas melodías, la escalada bélica en el Este, en los umbrales de nuestra casa seguía con la misma atrocidad con que empezó hace unos meses. Cuando sonaba la gaita bajo la bóveda de crucería, los movimientos con un marcado color neofascista se envalentonaban en nuestro norte por donde la Suecia báltica. Cuando el coro de niños de la Abadía de Westminster cantaba El Señor es mi pastor, nada me puede faltar, el populismo de los separatistas del Brexit, también coloreado de un más que marcado populismo neofascista, cargado de medias verdades… cuando las bien coordinadas voces infantiles nos deleitaban, digo, los del Brexit no habían desaparecido de la faz de las islas británicas. Cuando se enterraba a Isabel II, en la campaña electoral de nuestros primos hermanos italianos se hablaba más de emigración como origen de problemas, que de emigración como solución a los graves problemas demográficos y de falta de mano de obra en esta Europa de nuestra historia y nuestros pecados. Un funeral regio suele ser un buen momento para reflexionar, al tiempo que se deleita uno con bellas notas musicales de carácter sacro.

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