Vivir es ser otro

Recreacionismo

Es una actividad habitual en muchos países de nuestro entorno y goza de cierta popularidad

carlos Tosca

Hace poco vi en Culla una recreación militar. Interpretaron una escaramuza en un pueblo italiano hacia el final de la Segunda Guerra Mundial. Unos alemanes encarcelaban a un señor judío quien, brazos en alto, gritaba: «¡Viva la Italia libre!». Al poco, soldados aliados, casi todos estadounidenses, asaltaban la posición nazi y lograban liberar al preso. Me pareció todo muy bien trabado, más allá de una pequeña anécdota: un cartucho con petardos acabó junto al supuesto cadáver de un soldado alemán, y este, para regocijo del público, tuvo que resucitar para evitar que el cohete explotara junto a su cuerpo.

El recreacionismo histórico es una actividad habitual en muchos países de nuestro entorno. También por estos lares goza de cierta popularidad. Por desgracia, la historia de todos los países, de todas las sociedades, culturas e incluso religiones, se asienta sobre pilares bélicos, siempre lamentables. Puede ser este un modo de conocer el pasado; reproducirlo es una manera de divulgarlo. Quizá para concienciarse de los horrores de la guerra y no cometer los mismos errores, quizá solo para saber, un poco, de dónde venimos.

Resulta curioso que aquí nos dé por evocar la Segunda Guerra Mundial. En verdad, Culla da el pego como pueblo de la Italia de 1944. Compartimos con los italianos una basta historia, y las pequeñas localidades se parecen. La pregunta es evidente, a pesar de esto: ¿por qué recreamos una guerra en la que España tuvo un papel muy secundario? Como si aquí no hubiésemos tenido jamás una disputa militar… Eso nos lleva a la última guerra civil --no olvidemos que en el siglo XIX se produjeron otras tres, de fuerte impacto en esta zona, al menos la primera de ellas--. En nuestra provincia, por desgracia, también hubo tiros, asaltos, batallas… todo muy susceptible de ser teatralizado. No hace falta, supongo, que exponga razones. Al menos la principal la sabemos todos: aquel conflicto aún levanta ampollas hoy en día.

De hecho, este pasado verano presentamos en un pueblo las memorias de un soldado de la Guerra Civil. Tuvimos el apoyo de la corporación municipal, resultó un éxito de ventas y, pese a ciertos vaticinios agoreros, no se produjo polémica alguna.

El alcalde me contó una anécdota que me puso nervioso días antes del evento: hace unos años, trató de editarse con dinero público un libro con los recuerdos de un lugareño que participó en la primera guerra carlista. Algunos vecinos recogieron firmas para evitarlo, hasta el punto de que el consistorio echó marcha atrás y no financió el proyecto. Una guerra acontecida hace casi dos siglos aún provocaba resquemores.

Digo todo esto por si alguien duda aún de la importancia de las guerras.

También hace poco supe que un amigo ibicenco participa como recreacionista. Lo hace ataviado de hondero balear, unas tropas de gran prestigio durante las viejas guerras púnicas, de las que han pasado veintitantos siglos. Aún lucen con orgullo por esas islas las hondas para lanzar piedras contra el enemigo romano.

Y venga, ya puestos, comentemos la película sobre la vida de Napoleón que ha sacado Ridley Scott y protagoniza el excelente actor Joaquim Phoenix. Me dicen casi todos los que la han visto que a quien le guste mínimamente la historia, sobre todo la de esa época, que ni siquiera se le ocurra acercarse, por lo menos, a diez kilómetros de un cine. Yo aún dudo; no sé si mi estómago podrá soportar la sarta de incongruencias y bobadas que cuenta el largometraje sobre uno de los personajes más interesantes de los últimos doscientos años. Si acabo yendo les cuento, si no, quizá también.

Editor de La Pajarita Roja