TRES EN LÍNEA

En casa del pobre

El PSPV, y sobre todo Ximo Puig, vive bajo ‘el síndrome Lerma’

Rebeca Torró, Arcadi España y Ximo Puig, en las Cortes BIEL ALIÑO/EFE

Rebeca Torró, Arcadi España y Ximo Puig, en las Cortes BIEL ALIÑO/EFE

Juan R. Gil

Juan R. Gil

Mientras Mazón sigue transitando un camino que no se sabe bien adonde lleva pero que cada vez diverge más, al menos en lo formal, del que ha emprendido Feijóo (comparen el discurso institucional del jefe del Consell en el acto de la Constitución celebrado el miércoles en Castellón, con la arenga que el líder popular se marcó a las puertas del Congreso ese mismo día), la izquierda, perdida la Generalitat, continúa su proceso de duelo en la Comunitat. La psicología clásica nos tiene dicho que las fases son cinco: negación, ira, negociación, depresión y aceptación. Es difícil saber en cuál de ellas se encuentran a día de hoy, por separado, Sumar, Podemos, Compromís y el PSPV, las cuatro siglas más o menos vigentes. Lo que está claro es que, dejando a un lado los manuales clínicos para recurrir al vulgar refranero, las alegrías siempre duran poco en casa del pobre, como en los últimos días hemos podido comprobar.

La decimoquinta legislatura arrancó a finales del pasado mes de agosto con la formación de las Cámaras pero no recibió el acta bautismal hasta el pasado 29 de noviembre, con la apertura solemne de la misma por parte del Rey. No han pasado, pues, ni dos semanas, y Podemos ha protagonizado la primera escisión de Sumar, llevándose sus cinco diputados al grupo mixto, mientras que el conglomerado de Yolanda Díaz ha corrido a anunciar que quiere armar estructura propia en la Comunitat Valenciana, empezando por Alicante, lo que supone un nuevo misil en la línea de flotación de Compromís.

La dirección de Compromís se apresuró a felicitarse la noche del 23J y a tratar de convencernos a todos del buen negocio que había hecho uniendo su marca a la de la vicepresidenta del Gobierno, puesto que de un escaño en la anterior legislatura (el que ocupaba Joan Baldoví) habían pasado a firmar tres, todos por Valencia. Algunos pensamos, sin embargo, que lo que Compromís estaba haciendo no era el relato de un triunfo, sino el borrador de un epitafio. Sea como fuere, lo único comprobado a día de hoy es que los tres diputados de Compromís en el Congreso son menos visibles (y menos reivindicativos, justo en la legislatura «territorial») que el único que tenían antes; que la coalición, con Iniciativa en descomposición, se ve más amenazada a babor que nunca; y que el discurso de «la voz de los valencianos en Madrid» o el de «la única fuerza que toma sus decisiones en Valencia con plena autonomía», ha perdido valor. Pero lo de que las alegrías duran poco en la casa del pobre iba por el PSPV, del que los periodistas ya no sabemos qué contar que no sea lo mismo que hace casi tres décadas. Esta semana supimos que Ximo Puig presidirá la comisión de Presupuestos del Senado (antes irrelevante, pero ahora importante dada la utilización que el PP quiere hacer de esa Cámara) y que la síndica y el síndico adjunto del grupo parlamentario socialista en Les Corts, Rebeca Torró y Arcadi España, abandonan el escaño para irse a Madrid como secretarios de Estado, respectivamente, de Industria y de Política Territorial, dos puestos muy notables. De inmediato se interpretó como un balanceo de Pedro Sánchez y sus apparatchik, que con una mano alientan a los que quieren acelerar la sucesión de Ximo Puig y por otro le dan aire al todavía secretario general porque no quieren congresos (al menos, no de confrontación) hasta que no pasen las elecciones europeas.

Nuevo terremoto

Pero la verdad es que lo que a la postre se ha provocado es un nuevo terremoto. A ver qué esperaban, si a las ausencias del exjefe del Consell en el Parlamento autonómico se suma ahora el descabezamiento del grupo con la salida al mismo tiempo de sus dos máximos responsables. El PSPV, y sobre todo Ximo Puig, vive bajo el síndrome Lerma. Atenazado por el temor a repetir lo que sucedió cuando perdieron el poder frente a Zaplana y se produjo una fuga de altos cargos a Madrid que les dejó aquí postrados por mucho tiempo. Pero con escaso margen de maniobra. Por eso Puig no ha renunciado aún al escaño autonómico. Pero ya nos contarán la diferencia entre lo que ocurrió entonces, cuando al añorado Antonio Moreno le tocó poner la cara para que se la partiera a diario un exultante PP, sencillamente porque en la bancada socialista no quedaba nadie más, y lo que está pasando ahora, que le puede tocar hacer idéntico papelón a Jose Muñoz por la misma razón. Puig está como el navarro de la jota, aquel que se lamentaba de que «si canto me llaman loco, y si no canto cobarde». Por cierto, ¿no fue el PSPV el que anunció, la noche misma de las elecciones, que formaría un gobierno en la sombra con sus exconsellers? Pues habrá que cambiar de estrategia, porque inhabilitada Gabriela Bravo en la Mesa y tras las renuncias, primero de Josefina Bueno y Miguel Mínguez, y ahora de Torró y España, no les queda ninguno.

El problema de la izquierda es que en Les Corts no está, ni en el caso del PSPV ni probablemente en el de Compromís, la persona que en las próximas elecciones competirá con Mazón por la presidencia de la Generalitat. Y de esa trampa no se sale fácilmente. Basta muy poco para dinamitar liderazgos, pero se necesita mucho tiempo para erigirlos. En esta aceleración de la política que vivimos, las elecciones autonómicas de 2027 estarán listas de papeles en 2025. Viendo cómo cada bloque llegue a ese ecuador, podremos saber con poco margen de error lo que ocurrirá dos años después. Lo terrible para la izquierda, sobre todo para el PSPV, sería que para entonces todavía estuviera, de las cinco fases del duelo, anclada en la depresión.

Director general de Contenidos de Prensa Ibérica en la Comunitat Valenciana