Opinión | LA VENTANA DE LA UJI

En recuerdo de esclavitud y la trata

El fenómeno de la esclavitud comenzó a mediados del siglo XV y se mantuvo hasta que los españoles lo abandonaron en 1866

Nos dirán que la memoria es selectiva y que el olvido a veces se hace necesario para asegurar la convivencia. El olvido, cuando orilla a las víctimas, perpetúa la injusticia e impide comprender situaciones de hoy en día que arrastran la huella del pasado. Las Naciones Unidas declararon el 25 de marzo Día internacional del Recuerdo de las Víctimas de la Esclavitud y de la Trata Transatlántica de Esclavos. El comercio de esclavos posee una larga y trágica tradición en numerosos lugares, en casi todos los tiempos. La trata de personas de procedencia africana a la que hace referencia el 25 de marzo se extendió durante cuatro siglos y estuvo unida al nacimiento del Mundo Moderno.

El fenómeno que se llama a recordar comenzó a mediados del siglo XV y se mantuvo hasta que los españoles lo abandonaron en 1866. La deportación de africanos esclavizados a América formó parte de un cambio trascendental en la concepción del esclavo, del comercio global y de su destino en la extracción de metales preciosos y en la producción de bienes agrícolas, los llamados frutos ultramarinos –dulces como el azúcar de caña, amargos como el cacao y el café–, las fibras vegetales y los tintes.

En el mundo del cual somos herederos, la esclavitud ocupa por derecho propio un lugar destacado. En el nacimiento del comercio global, durante una larga época articulado en torno al eje atlántico, la mercancía que representó un mayor valor de las transportadas desde el oriente al occidente del océano no procedía de Europa: eran personas esclavizadas arrancadas de África. Por encima de 40.000 barcos salieron de puertos del viejo continente o en derrota directa desde los muelles americanos, y realizaron la travesía entre África y los puntos de desembarco. Eran flotas inmensas servidas por centenares de miles de marinos enrolados en barcos de desolación y muerte.

El llamado comercio triangular, que se sigue explicando en los manuales escolares, comprendió menos de la mitad de las travesías, aunque sirve para recordarnos el protagonismo de los europeos y los ingentes beneficios que obtuvieron.

Cerca de trece millones de personas fueron embarcadas en esos navíos. La historia de la evolución del transporte marítimo está unida a esas singladuras. Eran arriesgadas para todos, en particular, para quienes realizaban el trayecto sujetos por cadenas, en bodegas insalubres y sometidos a todo tipo de vejaciones ya que en la travesía se iniciaba el proceso de sometimiento mediante el temor.

La mortalidad media durante la travesía era del 12 o 13%; en el caso de la trata llevada a cabo en barcos de bandera española la mortalidad asciende al 20 por cien. De media, una persona de cada tres deportadas eran mujeres. En torno al 30% del total eran niños y niñas.

La demanda de los traficantes españoles para atender a sus clientes hizo que la media de varones fuera bastante superior, y en la última etapa se incrementó la demanda de menores de edad. Este desequilibrio incidió de manera directa en la posibilidad de reproducción en cautividad.

¿Un mar de cifras? Sin duda. Y detrás de cada unidad existe una historia, una vida. Estamos ante un océano de experiencias. ¿Cómo recordar este siniestro comercio y extender la memoria sobre los millones de víctimas, los deportados, los fallecidos durante la travesía, los vendidos en las Américas, destinados a una vida siendo pertenecía de otro, entre abusos, castigos, trabajo no retribuido y desposesión de los hijos nacidos de mujer esclava?

Dos casos acreditados no crean tendencia pero nos aproximan a situaciones constatadas, bastante alejadas, de otro lado, de los episodios que acaban bien y que tanto gustan en la actualidad.

En el año de 1840, el bergantín español Jesús María embarcó en Sierra Leona 278 personas esclavizadas. La práctica totalidad eran niños y menores. De los supervivientes, 97 eran muchachas, en su mayoría de 11 a 14 años, que en su totalidad fueron violadas durante la travesía. La trata no era solo esto, pero también lo comprendía, la deshumanización de la persona reducida a pura mercancía.

Amparo ante la justicia

Estaba después llevar una vida de esclavo. En 1811, en Bogotá, Juan Gregorio buscó amparo ante la justicia. Desde que su dueño lo obtuvo había mostrado su indocilidad. En castigo, se le ciñó al cuello una collera, un pesado collar de hierro que llevó durante once años. No se resignó y protagonizó alguna fuga. En una de esas desapariciones, el dueño se ensañó con su mujer, cuyo nombre es silenciado en el expediente. Hallándose embarazada de cinco meses, la castigó con 58 azotes, «lo cual fue la causa para que abortase dos criaturas». Los gemelos sin vida mostraban en sus cuerpos «las señales de los azotes» recibidos a través del cuerpo de la madre. No se rindió responsabilidad alguna.

Disponemos de abundantes documentos, de cifras, de testimonios. Nos falta un reconocimiento público, la integración de estas historias en la Historia que se enseña en los niveles escolares, nos faltan memoriales para desmemoriados, museos como los que han levantado en Montgomery (Alabama) y Nantes, entre otras ciudades con pasado asociado a esta página de oprobio y resiliencia. Nos faltan acciones de reconocimiento y reparación. A falta de ello, no deberíamos ser cómplices de un silencio cuyo eco es atronador en forma de racialización, prejuicios y discriminación.

Catedrático de Historia Contemporánea y director de la Cátedra Unesco de Esclavitudes y Afrodescendencia de la UJI