Opinión | Cosas mías

Cosas de escuela

El primer documento que refiere el pago de un maestro por el concejo es de 1378 y fue exhumado por el escrupuloso cronista Luis Revest. Pues bien, en este texto se hace referencia, precisamente, a la supresión del estipendio al enseñante. Pero, con todo, el Ayuntamiento castellonense tenía muy claro su compromiso de velar por la formación de los jóvenes; buena prueba de ello es que dos meses más tarde se había contratado un nuevo profesor, como testimonia otra cédula, en la que se lee que se le paga hasta el local escolar que le servía, además, de domicilio. De hecho, en escritos de la época se cita textualmente el carrer de l’escola o el de l’estudi vell, que hoy corresponde a la calle Domingo Briau. Conviene traer a colación que a principios del siglo XV, San Vicente Ferrer había centralizado en Valencia los estudios municipales y eclesiásticos en una casa propiedad de Pere Vilaragut. Podría ser significativo recordar que el taumaturgo dominico había visitado Castellón en 1415. El interés por el estudio se incrementaba en todas las localidades importantes.

Traver, en su plano de 1588, realizado siguiendo los Llibres de Vàlues de la Peyta, sitúa el casal de l’Estudi en la fachada norte de la manzana recayente a la actual plaza de las Aulas, en el cruce con la calle de Caballeros.

Las materias que se impartían en cuatro cursos eran Gramática y Lógica, siendo el Catón el libro de las primeras letras, en el que aparecían una serie de pareados latinos de índole moral. A los pequeños de nuestros días, mi nieta Adriana, sin ir más lejos, le sonará extraño este dístico algo cursi: «La niña buena, aprende el Catón, y escribe los palotes sin ningún borrón», que era habitual en la infancia de los que hoy ya somos venturosos abuelos, así como el libro de párvulos, llamado Nuevo Catón.

Cronista oficial de Castelló