Opinión | COSAS MÍAS

Cine y tragedia

El cinematógrafo en nuestra capital se empezó a popularizar en 1896, en el teatro Principal. El Teatrillo de la calle de la Magdalena (en la actualidad Escultor Viciano), también ofreció sesiones del invento de los hermanos Lumière, en 1899. Este local, pese a sus reducidas dimensiones, tuvo una destacada actividad no solo para la comedia, el drama e incluso la zarzuela y alguna que otra ópera de liviana envergadura, por la menudencia de su palco escénico y la carencia de un foso de orquesta. Sí fue muy utilizado para llevar a cabo mítines en aquel momento político de los González Chermá, Fernando Gasset y otros. Ocho años más tarde, aparecería un barracón en la plaza de Tetuán y en 1908 un salón en la de la Independencia, que recibió, como no podía ser de otro modo, el nombre de Ribalta, por la vecindad al parque rotulado en homenaje al pintor a quien, en aquel entonces, se tenía como hijo de la capital del Riu Sec. Posteriormente, José Sales construyó el cine La Paz, ubicado en la esquina entre las actuales calles de Asensi y Herrero, que luego se llamó Doré y más tarde Rialto, local que quien escribe conoció y asistió a no pocas de sus proyecciones, porque, la verdad, es que era, por su programación el local de los niños y adolescentes.

Catástrofe

En este recinto sucedió el 17 de noviembre una horrenda catástrofe cuando, en plena proyección de la película, un descerebrado (a quien nunca se llegó a identificar) gritó, sin motivo alguno: «¡¡¡Fuego!!! ¡Sálvese quien pueda!». La chiquillería que aquel lluvioso domingo atiborraba la localidad de general, de precio más barato, se precipitó a trompicones por las escaleras, encontrándose, en la planta baja, las puertas cerradas. Veintiún adolescentes fueron los muertos, en aquella ratonera generada por la inconsciencia. Entre ellos, una sola niña y un soldado, vecino de Benicàssim. La manifestación de duelo, de la que quedan como trágicos testimonios, algunas históricas fotografías, en manos de coleccionistas particulares, fue imponente y el siniestro marcó, por muchos años, a la sociedad local que recordaba, con pesar, la siniestra y luctuosa efemérides.

Cronista oficial de Castelló