Opinión | BABOR Y ESTRIBOR

El forense de la memoria

El presidente Sánchez ha insuflado oxígeno al independentismo, además de depender de él

El pasado jueves Pedro Sánchez viajó al Valle de los Caídos nada más bajar de la escalerilla del avión que lo traía de Oriente Próximo. En aquellas tierras dijo que pronto España reconocerá el Estado Palestino, para sorpresa del presidente francés Macron y del primer ministro alemán Scholz. El ministro italiano de Exteriores, Tajani, ha sido contundente: «¿Reconocer a Palestina, pero cuál? ¿Qué es el Estado Palestino y quién es? Ciertamente no puede ser la Palestina de Hamás». Resultando insuficiente el efecto bote de humo destinado a intentar disipar el pollo doméstico que tiene en su propio país, a base de mensajes de buena intencionalidad solidaria con un Estado en el limbo, a fuer de socavar el propio, Sánchez decidió enfundarse una bata de forense y plantarse en el laboratorio donde trabaja un equipo de expertos integrado por seis médicos y más de veinte expertos en historia, arqueología y genética, para cabreo de las familias de las ciento sesenta víctimas cuyos restos están siendo analizados en tan acotada dependencia. Un equipo de propaganda de la Moncloa filmó las imágenes de la visita presidencial y fueron distribuidas entre los medios de comunicación, así como la preceptiva nota de prensa.

Mientras Sánchez acudía a Cuelgamuros, denominación oficial en la ley de Memoria Democrática, aconsejado por los estrategas que sostienen su pértiga de funambulista, el prófugo Carles Puigdemont avanzaba desde Waterloo hasta la comarca francesa de Vallespin, a treinta kilómetros de la frontera con España, donde ha establecido residencia a la espera de ser un español libre, absuelto de los delitos por los que huyó escondido en un maletero, dispuesto a cumplir con lo prometido: «Ho tornarem a fer», en referencia al referéndum por la autodeterminación. Cuatro días después, el president de la Generalitat de Cataluña, Pere Aragonès, vacilaba a Sánchez desde la tribuna de oradores del Senado: «La amnistía dejó de ser inconstitucional e imposible, como sucederá con el referéndum».

A cualquier precio

A todo esto a Salvador Illa, mirlo blanco del PSC, lo llaman a comparecer por el caso Ábalos-Koldo a escasas semanas de las elecciones catalanas, de las que es de esperar un endiablado resultado. El compañero Sánchez ha insuflado oxígeno al independentismo, además de depender de él. Tal vez Illa sea el próximo San Juan Bautista del sanchismo. El poder del Ejecutivo, a cualquier precio. Empero, resulta reconfortante que alguna voz autorizada de Cataluña tenga la lucidez y el arrojo de sincerarse, como es el caso de Jordi Canals, historiador nacido en Olot y profesor en la Escuela de Altos Estudios de Ciencias Sociales de París: «Cataluña es una sociedad decadente y empobrecida por las políticas nacionalistas».

Dice Pérez-Reverte que Sánchez es un killer, obviamente de la política, y en estas próximas semanas de citas electorales aún veremos el más difícil todavía de un personaje a quien Andrés Trapiello acaba de retratar por enésima vez con ocasión de su papel de improvisado forense: «El siniestro disfraz de un sin escrúpulos». En esa línea escribe el colega Trapiello, mostrando extrañeza por la cantidad de advenedizos columnistas del sanchismo silentes ante lo que él considera «deriva demencial del presidente Sánchez y su Gobierno», enfatizando que lo raro no es que no hayan escrito a favor del uso partidista de muertos o de la amnistía: «Sino que no hayan dicho nada de todo ello, ni a favor ni en contra» . Ya se sabe, querido Andrés, las sectas, al igual que la Mafia, son dadas a cultivar la ley del silencio. Ayuda más a fortalecer el proyecto espurio manteniendo la boca cerrada, ante la tesitura de defender lo indefendible. Una vergüenza más el numerito del viajero presidente en Cuelgamuros. Lo que nos queda por ver.

Periodista y escritor