Opinión | Tres en línea

Una boda sin convite

Sede central de BBVA.

Sede central de BBVA. / Mediterráneo

Cuando Carlos Torres, presidente del Banco Bilbao Vizcaya, llamó al jefe del Consell, después de anunciar la intención de su entidad de absorber, por las buenas o mediante una opa hostil, como finalmente se ha planteado, al Banco de Sabadell, no pudo conectar con él ni en el primer intento ni en el segundo. Mazón le hizo larga la espera y, cuando por fin hablaron, la respuesta fue seguramente más gélida aún de lo que Torres podía temerse.

-Presidente, esta es una buena operación, de interés para todo el país. Te aseguro que la Comunitat Valenciana y Alicante no saldrán perjudicadas. Vamos a tener especial sensibilidad con eso.

-Es posible, pero eso ya lo habéis dicho, sólo que mencionando únicamente a Cataluña. No habéis hablado en ningún momento ni de la Comunitat Valenciana ni de Alicante, que es donde está la sede social del Sabadell.

-Puede que hayamos cometido un error en esa primera comunicación, pero lo corregiremos.

-Yo creo que debéis replantearos esa operación.

-No podemos hacer eso.

-Entonces, me pones contra la espada y la pared.

Horas después de esa conversación telefónica, Carlos Torres recalcó públicamente que el BBVA velaría por la posición de la Comunitat Valenciana y, en particular, de Alicante, en la operación. Carlos Mazón, por su parte, elevó el tono de su rechazo. Entre la espada y la pared, Torres mantuvo la espada y Mazón puso pie en pared.

Por una vez, PSOE y PP en la misma línea

En un primer momento, en el PP, y también en el entorno de Mazón, creyeron que el movimiento del BBVA para hacerse con el Sabadell estaba alentado, o al menos consentido, por el Gobierno de Sánchez. Pero el Ejecutivo salió también con artillería gruesa contra esa fusión, amenazando con bloquearla con todos los instrumentos a su alcance. Por una vez, PSOE y PP en la misma línea de combate.

Admito que soy incapaz de juzgar las bondades o perjuicios que la maniobra del BBVA puede tener en términos económicos y de reforzamiento y solvencia de las entidades financieras españolas. Pero aunque sólo sea por la experiencia que todos hemos vivido en los últimos años, sí sé algunas cosas y me inquietan otras. Sé que las concentraciones han tenido hasta aquí un coste en ajustes de personal, cierre de oficinas, peores servicios a los ciudadanos y mayores dificultades de acceso al crédito para los particulares y las pequeñas y medianas empresas. Eso es lo que sé. Y lo que decía que me inquieta es lo fuera de la discusión que han quedado las milmillonarias ayudas públicas que se pusieron encima de la mesa para que la Caja del Mediterráneo no fuera a la quiebra y se la quedara, por un euro, el Sabadell, con un esquema de protección de activos, vigente durante una década, que blindaba al banco que preside Josep Oliu frente a cualquier contingencia. Lo que hizo que el Sabadell fuera hoy el banco tan fuerte que es fue el fondo de comercio de la CAM. Pero en gran medida esa fiesta la sufragamos todos. ¿Y ahora es una entidad que puede comprarse sin reserva alguna? ¿Sólo debemos hablar del posible beneficio de sus accionistas?

Que la sede social del Sabadell haya acabado, por razones políticas, en Alicante, no significa que la Comunitat Valenciana tenga un banco. Comprendo que ese es el terreno de juego en el que debe moverse el presidente de la Generalitat y hace bien en morder y no soltar. Quiero pensar que alguna ventaja se sacará finalmente de esa presión, en cuyo ejercicio Mazón ha vuelto a lucir en solitario frente a la sorprendente falta de reflejos del PSPV y Compromís. Pero esa ventaja será mínima, ocurra lo que ocurra. La Comunitat perdió su posición financiera cuando Bancaja y la CAM -tercera y cuarta cajas de España- se fueron al garete, víctimas de la manipulación política y los excesos de los años del boom inmobiliario. Y no se recuperará jamás. Sic transit gloria mundi.

Pero el debate ya no es territorial. Al menos, en el caso de una comunidad, como la valenciana, que sigue siendo vista como de segunda en el contexto nacional. De ahí, el error de Carlos Torres y el BBVA al no nombrarla ni siquiera en su primera comunicación, a pesar de que es aquí donde tiene legalmente su sede el Sabadell. Esto iba de vascos y catalanes y así se reflejó en la nota que el presidente de la entidad nacida en Bilbao luego trató de matizar.

En contra de lo que defiende en esta ocasión el Gobierno central -por razones que no tienen nada que ver con las que mueven al de la Generalitat Valenciana-, la Unión Europea alienta operaciones del tipo de la que el BBVA intenta con el Sabadell. La UE querría que esa clase de operaciones fueran transnacionales, entre bancos de la zona euro que se unieran para erigir entidades más fuertes y capaces de competir fuera de Europa. Pero las resistencias de los Estados a perder aún más soberanía, y por tanto las trabas a armonizaciones fiscales que podrían facilitar esas fusiones, están haciendo que al final las concentraciones sean, como es el caso, locales, entre entidades de un mismo país. 

Puede que eso fortalezca el sistema, pero lo hace más injusto para los consumidores. La pregunta es cuántas bodas vamos a tener que pagar los contribuyentes sin que nos inviten al convite. 

*Juan R. Gil es director general de Contenidos de Prensa Ibérica en la Comunitat Valenciana.