Opinión | COSAS MÍAS

La guerra de los 30 años

En una carta de Felipe IV conocida por el Ayuntamiento de Castelló en 1632, se obligaba a la ciudad a nombrar un síndico para asistir a las cortes de Teruel.

Precisamente, para acudir a estas cortes, el 24 de abril, el rey Felipe pasó por Castelló procedente de Valencia y el consejo acordó que el justicia, los jurados y demás oficiales de la villa salieran al camino real a cumplimentarle y besar sus manos, como era protocolario, haciéndole un servicio de 500 libras, cifra para nada baladí y que aún mantenía el medieval impuesto de cena por la presencia de los reyes en una localidad. Por si algo le faltaba al endeudado Castelló, esta fue la gota que colmó el vaso. Es evidente que el monarca no debió gozar de mucha simpatía entre sus súbditos.

La reacción de los ciudadanos fue de evidente rechazo. Las coplillas populares que andaban de boca en boca decían:

«De un hartazgo, dice Urgel,

que enfermó Felipe cuarto

y si él enfermó de harto,

más lo están sus reinos de él».

La guerra de los 30 años, como es sabido, llegó a tierras hispanas, a causa de las sublevaciones de Cataluña y Portugal. La conflagración se hizo cada vez más cruda y en 1646 Felipe IV envía una carta a los munícipes castellonenses pidiendo socorros de gentes para la campaña contra Cataluña. El consejo de la villa acuerda enviar, a sus expensas (que no eran cuantiosas), 25 hombres y un capitán por el tiempo de cuatro meses. Pero al abrir las listas de recluta se presentó un solo voluntario. Los castellonenses, debieron preferir, como Cicerón, la paz más injusta a la más justa de las guerras.

Cronista oficial de Castelló