Él es torero y ella, aristócrata y, además, ambos forman parte de sendas familias con tradición y fama de décadas. Son Francisco Rivera Ordóñez, hijo de Francisco Rivera, Paquirri, y nieto de Antonio Ordóñez, y María Eugenia Martínez de Irujo Fitz James-Stuart, hija de la duquesa de Alba. Se casaron, tuvieron una hija, se separaron y ahora intentan reconciliarse. Su problema es que aunque lo desean no encuentran la manera de pasar desapercibidos. Ayer, Fran y Eugenia se pasaron el día conectados telefónicamente a los programas Día a día y Sabor a ti, a fin de explicar a los telespectadores de María Teresa Campos y Ana Rosa Quintana las razones de su sinvivir: estar constantemente perseguidos por paparazzi.

Tanto Fran como Eugenia han convivido con las fotos y la fama desde que nacieron. Él es el primer hijo de Paquirri y Carmina Ordóñez y ella fue la última hija y única niña que Cayetana de Alba tuvo con su primer esposo, Luis Martínez de Irujo. Los dos crecieron en una época en la que el club de la fama todavía era de acceso restringido a las celebridades y a los profesionales que gozaban de popularidad.

Pero el noviazgo, boda y, sobre todo, la ruptura del torero y la aristócrata han tenido lugar en unos tiempos muy malos para las personas de cierta relevancia social. Mezclados con meretrices de tres al cuatro, chulos caribeños y fenómenos televisivos, los famosos de toda la vida quieren dejar de serlo. Fran y Eugenia imploran tranquilidad pero es como si clamaran en el desierto. Va a tener gracia la cosa, todo el mundo quiere ser famoso, menos los que lo son de verdad.