Pisco tiene su payaso. "¡Compañía. Brazo extendido. Puño cerrado. Dedos arriba!", grita Gender Llember Hernández Prada en medio de la nada. Los chicos repiten las órdenes como si fueran parte de una troupe imaginaria. "¡Hombro fruncido. Cabeza hacia atrás!". Los chicos ríen y por unos minutos el presente atroz parece difuminarse. "¡Pie de pingüino. Lengua afuera!".

Los mayores, al principio, se sintieron molestos y perplejos al ver a Hernández Prada con su peluca amarilla, la cara tiznada de blanco, unos labios enormes pintados de rojo, la nariz de plástico y un traje con fosforescencias estridentes.

Dicen que la risa cura el alma en pena, tiene virtudes terapéuticas y hasta puede ser un revulsivo político. Pero, ¿cómo reírse cuando la desgracia golpea y el recuerdo de la muerte quema como un magma. Hernández Prada se hizo esa pregunta después de haber perdido a 11 familiares, algunos en la iglesia de San Clemente.

Cuenta que fue el propio dolor y el calvario de los pisqueños lo que lo empujó a vestirse otra vez de clown. "Fue el día 17. Aún sentíamos las réplicas. La gente tenía pavor. Corrió el rumor de que venía un maremoto. Muchos huyeron a los cerros. Hubo gente mala que lanzó rumores falsos para ir a saquear. Era de noche y el frío nos congelaba. Me dije: tengo que animar a los niños; ni siquiera comen. Tranquilos, les dije, voy a traerles un pavo con dos cabezas. Empezaron a divertirse, a olvidar por unos minutos el presente. Los padres, poco a poco, me fueron aceptando", recuerda a este enviado. Fue un debut a cara lavada, sin maquillaje ni disfraz. El otro día se vistió de Tripita, después de mucho tiempo.

Hernández Prada tiene 31 años y fue payaso durante siete años. Animó fiestas infantiles y casamientos. Como el dinero nunca era seguro, se pasó al negocio de los celulares y guardó su peluca, su nariz y su traje en un maletín. Ya se estaba olvidando del oficio hasta que Pisco se hundió en el drama colectivo. Así fue que volvió a improvisar juegos con los niños. Pocas horas después, su hijo Anthony cumplía 2 años. Pensó en regalarle uno de los celulares que había quedado debajo de los escombros de su tienda, para que se entretuviera. La casualidad quiso que, entre las piedras, hallara su valija. No lo dudó: la próxima vez Tripita se presentaría en los campamentos con su atuendo, bisoñé y el rostro empolvado.

Tripita revivió al saltimbanqui para hacer juegos malabares entre los vestigios de Pisco. Fue a Lima a pedir donaciones. "Es que la ayuda no llega a las zonas más apartadas del centro", dice. Tripita se ha convertido en una suerte de héroe nacional. La ministra de Trabajo, Susana Pinilla, quiso conocerle e informalmente le nombró viceministro de la alegría.

Tripita ya no es Tripita. La gente de Pisco le ha bautizado con otro nombre. A Hernández Prada ya se le conoce como El Payasito Terremoto.