Si buscan en el diccionario verán que esta palabra se refiere a una teoría política y económica que busca reducir al mínimo la intervención del estado. Pero a esta definición le falta un pequeño matiz: y a sustituirla por el mercado. Para esta ideología, esto es, para esta forma de ver e interpretar nuestra vida en común, todo se pueda comprar y vender, mejor aún, todo se debe poder comprar y vender. La sociedad es un gran mercado.

Esta doctrina, nacida en los años cuarenta y que se empieza a desarrollar en los setenta, siendo hegemónica a partir de los noventa, es hoy el espejo en que nos miramos y en el que nos identificamos como personas. Su máximo poder consiste en que ha conseguido, soterrada y silenciosamente, convertir en normal lo que hasta hace muy poco llamábamos injusto o vergonzoso. Pocos se sublevan hoy porque abandonemos a los más dependientes y vulnerables, tengamos millones de niños en la pobreza, desperdiciemos el talento y la fuerza de los jóvenes, consideremos el trabajo como un regalo, etc.

Al contrario. La desigualdad se presenta como una virtud, el paro como una oportunidad para el cambio y un reto para la superación personal. Si los jóvenes se van fuera es por su bien, por su afán de aventura. Hay que ser emprendedores y esto significa, excepto para una pequeña minoría, hacerse autónomos para ejercer de criados. De convertir estas ideas en políticas se ocupan en el parlamento europeo, y pronto en el español, en escrupuloso turno, populares y socialistas. Tienen que hacer bien los deberes. Díganme: ¿qué palabra tenemos para nombrar a los que no piensan igual?

*Catedrático de Ética