Nada más penetrar en la galería Cànem para visualizar la exposición del fotógrafo cordobés Carlos Bravo, encontramos en la pared de la derecha una primera imagen en la que se ve la ciudad de Tokio vista desde una óptica de aeroplano que se nos representa como un enlosado de significativa uniformidad, en la que la inmensidad de la perspectiva subyuga por la territorialidad impersonal e inmensa del panorama. El damero de las calles prácticamente no se aprecia ante la muy dilatada vista anchurosa de una urbe de más de cuarenta millones de habitantes. Es decir París, Londres, Chicago y Madrid juntas.

Es como el revelador preludio de una ópera que nos resume, de algún modo el propósito de la muestra y su filosofía. Junto a imágenes en las que la industrialización, las arquitecturas complejas, los tendidos eléctricos, tuberías, y mobiliario urbano, nos revelan una ciudad cosmopolita.

Pero, he aquí lo más revelador. Es lo inmaterial y no lo humano lo que protagoniza los panoramas. Pero frente a ellos, hay pequeños guiños arbóreos, pagodas, ciénagas con cañizos... que nos hablan de una cultura que hace muy poco tiempo fue bien emblemática y tenía una filosofía de exquisitez, respeto, observancia, protocolo y veneración tradicional.

La dicotomía de ambos grupos de paisajes tiene tan solo una significativa unidad, el silencio, la soledad, y desde luego la exquisitez en la delectación del objetivo ante los panoramas. Una filosofía sobre el medio sobre la universalización globalizadora frente a la que comparece la entidad de una cultura milenaria que en esta muestra con el talento de lograr la ausencia de transeúntes en las calles, aún nos permite gozar de la consideración reverente del silencio que es una referencia abstracta, como también lo es el tiempo. El que ha captado la cámara de Carlos Bravo. H