A sus 42 años, Juan Manuel Lillo (Tolosa, Guipúzcoa, 3/11/1965) no sabe ir en bicicleta. Cuando era niño, le quisieron regalar una, pero él no quiso. No aprendió por falta de tiempo. Todo el que tenía, era para el balón.

Con 17 años cogió al Amaroz juvenil, un equipo de un barrio de su ciudad. A renglón seguido, pasó al juvenil del Tolosa, subiéndolo a categoría nacional sin perder un partido. Lo logró sin ninguna titulación (obtuvo el carnet juvenil en 1986).

Lillo continuó allí, pero, mediada la campaña, se hizo cargo del primer equipo, que estaba desahuciado... y logró salvarlo. Regresó al juvenil, y otra vez triunfó a lo grande: subcampeón de Liga, tras la Real Sociedad. Sacó entonces el título regional. Por primera vez, abandonó Guipúzcoa para para dirigir al Mirandés, en 3ª. Otro éxito: lo ascendió, siendo el más goleador y el menos goleado. Obtuvo el título nacional con 24 años. Con esa edad y, durante la mili, fue nombrado profesor de la Escuela Nacional de entrenadores. Regresó al Mirandés, que seguía en 2ª B, pero le quisieron imponer las alineaciones. No tragó y le echaron. Entonces, el conjunto burgalés era 10ª, pero bajó.

Tras una muy buena temporada en la Cultural Leonesa, recaló en el Salamanca (2ª B). En la primera campaña le quitó el ascenso el Hércules. En la segunda, lo acarició. Y en la tercera, otro ascenso. Lillo pasaba a ser el técnico más joven de la historia en 1ª.

Pero aquello fue el canto del cisne para el entrenador más prometedor del fútbol español. Luego, dirigió al Oviedo, Tenerife y Zaragoza, pero las cosas le fueron mal: fue destituido en los tres. Su estrella se apagó, pero tuvo la oportunidad de realizar un triple salto mortal. Nunca fue oficial, pero Lluís Bassat, en las elecciones a la presidencia del Barcelona, llevaba como director deportivo a Pep Guardiola y a Lillo como entrenador. Ganó Joan Laporta.

Tampoco acabó la temporada ni el Ciudad de Murcia, ni en el Terrassa (ambos en 2ª A). De ahí dio el salto a la aventura mexicana, en el Dorados de Sinaloa.

Tras un paréntesis, la Real Sociedad, en claro estado de descomposición, le buscó para obrar el milagro de un ascenso que se le escapó en el último suspiro de la pasada temporada. En la presente, Lillo ha podido trabajar desde el principio intentando imprimir su sello personal, siempre marcado por unos condicionantes de la situación actual del club. "Cada guerra necesita unos guerreros", dice. Por ello varía los sistemas y rota a los jugadores. Él fue el inventor del 4-2-3-1, a principios de los 90. Ahora continúa intentando evolucionar. En la pretemporada utilizó un 1-3-4-3, pero también ha apostado por el 2-3-2-3, el 4-4-2 en rombo... Y así un fin de semana sí y otro también, aunque siempre queriendo que el protagonista sea la pelota.

Un revolucionario

Lillo es consciente de la repercusión que tiene su particular manera de entender el fútbol. "Mi filosofía del fútbol es mi forma de vida: se juega como se vive y se juega como se siente", sostiene. Lo vive y lo siente de una manera especial, por eso tiene claro que "o se me adora, o se me odia".

En San Sebastián hay un gran debate abierto en torno al estilo de juego de la Real. En medio, el enfant terrible, el último revolucionario del fútbol español, ha vuelto a la carga.