“Para mí es un orgullo vestir cada domingo esta camiseta”, afirmaba Asenjo nada más salir del vestuario después del partido en el Pizjuán. La primera prueba que confirmaba que el orgullo de este equipo no se lastima ni con una derrota en el minuto 92. Quizá si un poco dolido, pero ni mucho menos herido, salió Marcelino del banquillo de Nervión. Precisamente ejemplo de sevillanía no fue lo que demostró la afición del Sevilla. Intentaron herir a un entrenador que les había ganado en la pizarra desde el primer minuto y había conseguido lo que pocos entrenadores han hecho esta temporada en ese estadio: poner nerviosa a la grada.

En esto del fútbol el orgullo no se hiere tan fácil. Duele cuando acaba el partido, esa noche… Pero por suerte, como todo en la vida, la rutina obliga a levantarse rápido.

No hay descanso y sí hay un partido del que presumir de casta y sacar pecho es el del próximo domingo y mucho más después de la imagen mostrada en Sevilla.

Ni la derrota ni los insultos a Marcelino van a hacer más pequeño a este equipo, estoy convencida. Y permitidme que os diga el por qué. Hoy hace un año que el cielo presume de ser un poco más amarillo. Tengo una fuente en el firmamento, es un pequeño central campeón que no se pierde un partido, se pone nervioso como el que más, pero ahí arriba está orgulloso de ser del Villarreal después de cada partido, pase lo que pase. H