Un año más, como desde hace ya 70, el centro de la localidad valenciana de Buñol se ha teñido hoy de rojo con el lanzamiento de cientos de toneladas de tomates, aunque este año bien se podría decir que se ha sumergido, ya que la cantidad de hortalizas ha sido la mayor de la historia. En poco más de una hora (entre las 10.48 y las 11.53), una avalancha de más de 150.000 kilos de tomates maduros se ha esparcido entre los 22.000 participantes en esta singular refriega, en la que se rinde homenaje al gamberro primigenio, a la inocentada original que dio pie a esta singular fiesta, que hoy no conoce fronteras. Son unos instantes de desfogue, una batalla sin vencedores ni vencidos y sin más armas que los tomates maduros que sirve una cooperativa de Castellón. Para este singular gazpacho bastan unos pocos ingredientes: unas calles estrechas, siete camiones volquete cargados hasta los topes de tomate y las ganas de sentirse protagonista del exceso, de estar, por unos minutos, en el ojo del huracán. Resulta complicado saber qué aturde antes o con mayor intensidad, si el griterío inicial, la imposibilidad de atender a los lanzamientos de agua y otros líquidos desde los balcones, las ensordecedoras bocinas de los volquetes que se acercan, el intenso olor de la pasta de tomate, o un buen tomatazo en la cabeza. Esta locura colectiva, que por instantes parece incontrolada, tiñe por completo calles, fachadas y balcones y, como si tuviese vida propia, va rebajando progresivamente la efervescencia inicial de lanzamientos y tomatazos, hasta transformarse en un magma rojizo en el que los participantes pueden calmar sus ánimos.