Con la imposición de la ceniza sobre nuestra cabeza, el próximo miércoles comienza la Cuaresma que nos prepara a la celebración de la Pascua del Señor. La Cuaresma es tiempo de particular empeño en nuestro camino espiritual, de escucha de la palabra de Dios y de conversión, de reconciliación con Dios y con los hermanos, de recurso más frecuente a la oración, el ayuno y la limosna. Con el gesto de la imposición de la ceniza reconocemos la propia caducidad y fragilidad, que necesita ser redimida por la misericordia de Dios. Lejos de ser un gesto puramente exterior, la Iglesia lo ha conservado como signo de la actitud interior que cada bautizado está llamado a asumir en el itinerario cuaresmal. La imposición de la ceniza nos llama a abrirnos a la conversión a la gracia de Dios y al esfuerzo de renovación pascual.

Convertirse es volver el corazón a Dios con ánimo firme y sincero. Dios es con frecuencia el gran ausente en la vida de muchas personas. La Cuaresma es un tiempo propicio para recuperar a Dios en nuestra vida, para acrecentar nuestra adhesión de mente y corazón a Dios en Jesucristo y al Evangelio, para volver al Señor con todo el corazón y con toda la vida.

Para el camino cuaresmal de este año, el papa Francisco nos invita a preguntarnos por las formas de los falsos profetas hoy que se aprovechan de las emociones humanas y ofrecen la ilusión del placer momentáneo que no da la felicidad prometida. Hemos de preguntarnos si estas falsas ofertas han atrapado nuestro corazón y lo han cerrado para el amor a Dios y a los hermanos, y han enfriado nuestra caridad. La raíz de todos los males es ante todo la avidez por el dinero, que lleva al rechazo de Dios de su Palabra y de sus Sacramentos. El enfriamiento de la caridad genera indiferencia y violencia hacia los demás. Acojamos este tiempo cuaresmal como tiempo de gracia y de salvación.

*Obispo de Segorbe-Castellón