Hasta finales del XVIII para cruzar el río Millars, en la Plana solo existía el puente construido, hacia 1275, en las inmediaciones de la ermita de Santa Quiteria, declarado monumento de interés cultural por decreto 87/2006, conocido también como el puente romano puesto que, según parece, se levantó sobre las ruinas de otro existente en el mismo lugar durante la dominación romana.

La Rambla de la Viuda debía atravesarse, con la ayuda de algunos vecinos de Almassora, por los senderos existentes en el interior de su cauce. Por este servicio se pagaba una cantidad de dinero, ya que al no existir, en aquellos años, los actuales pantanos, por la rambla solía circular cierta cantidad de agua y la travesía era peligrosa cuando se producía alguna tormenta. Aquella actividad constituía una buena forma de ganarse la vida para los almazorenses que conocían hasta los más mínimos detalles del recorrido y, con su ayuda, se podía alcanzar la orilla contraria con el mínimo riesgo.

Cuenta la tradición que una noche, a finales de 1784, pretendía atravesar la Rambla de la Viuda el Conde de Aranda cuando, procedente de Madrid, se dirigía a su fábrica de l’Alcora. La travesía, a pesar de la ayuda que había contratado, fue especialmente penosa para el ilustre ceramista. El conde, al llegar a la otra orilla, prometió que trasladaría al Rey los inconvenientes y desgracias que podía ocasionar el peligroso paso; asimismo, aseguró que podría persuadir a S.M. para que hiciera construir un puente apropiado. Lo cierto es que a principios del año 1784, los ingenieros Bartolomé y José Ribelles estudiaron, sobre el terreno, las posibilidades para poder construir un nuevo puente que salvara, al mismo tiempo, los cauces del río Millars y de la Rambla de la Viuda.

Los hermanos Ribelles, autores también del proyecto y dirección de las obras de la carretera entre Castellón y Vila-Real, eligieron el lugar que creyeron más apropiado para llevar a cabo las obras y el día 23 de octubre del mismo año, es decir, hace ahora 229 años, se procedió a colocar la primera piedra de lo que en un futuro sería conocido como el Puente Nuevo. Los trabajos comenzaron sin pérdida de tiempo y los propietarios de Castellón, Almassora y Vila-Real que contaban con carros apropiados para el acarreo de las enormes piedras de sillería que debían trasladarse desde las canteras de Borriol hasta la obra, colaboraron estrechamente.

Sin embargo, no todos los vecinos de la Plana confiaban en el proyecto de Bartolomé Ribelles. Sobre todo quienes, de construirse el puente, podían quedarse sin trabajo, transmitían sus dudas respecto a la estabilidad de sus trece arcos que superaban los nueve metros de altura por diez de ancho. Algunos ciudadanos creían excesivo el gasto que se ocasionaría con las molduras y los bancos de descanso que se proyectaron en los pretiles. Quienes tenían gran conocimiento de la fuerza de las aguas, opinaban que la cimentación prevista sería insuficiente para superar las riadas que se producían con ocasión de las fuertes tormentas.

Después de un largo periodo de dudas, el 8 de octubre de 1787 tuvo lugar la avenida más grande de cuantas se habían conocido hasta entonces. Las aguas del río y la rambla invadieron el ancho cauce. Toda la obra que se había construido quedó recubierta por las aguas durante varios días. Los vecinos de la Plana creían en quienes habían criticado el proyecto; pero cuando descendió el nivel del agua todos pudieron comprobar que ninguno de los sillares, ni la cimentación, habían sufrido el más mínimo desperfecto. No cabía mejor prueba. La construcción continuó bajo la dirección del ingeniero Bartolomé Ribelles.

Después de cinco años y diez meses, se pudo inaugurar el Puente Nuevo sobre el Millars que todavía en la actualidad constituye una de las obras de ingeniería más importantes de nuestra provincia. H