Querido lector:

Hace unos días el reelecto rector de la UJI, Vicent Climent, en su toma de posesión señalaba que uno de sus ejes prioritarios para los próximos cuatro años de mandato iba a ser la obtención de financiación externa de las empresas. Y ayer mismo, el centro universitario castellonense presentaba orgulloso los resultados de un informe sobre la contribución de las universidades españolas al desarrollo en el que la Jaume I sale muy bien parada en relación a la capacidad de iniciativa de su personal investigador, requisito indispensable para intentar lograr esa financiación externa.

Unos ingresos, fruto de la colaboración entre universidad y empresas, ahora mismo muy urgentes ante los desequilibrios económicos que presentan las universidades (y la UJI no es una excepción) debido a los recortes de la financiación pública y a los retrasos e impagos. Unos recortes que en el caso de la UJI no han repercutido en una reducción de su volumen ni de su estructura debido a la gestión de los remanentes de los superávits anteriores al 2010 pero que amenazan sobremanera su gobierno económico en el futuro inmediato, con el ejemplo emblemático en el capítulo de inversión de la construcción de la facultad de Medicina.

El informe CYD 2013 que sitúa a la UJI como la segunda universidad española por porcentaje en excelencia con liderazgo del conjunto de la producción, presenta además otros indicadores que señalan su excelente salud investigadora, su alto porcentaje en producción científica o su alta capacitación en Ingeniería, por citar solo tres de ellos.

Esto significa que la universidad castellonense posee todas las características para convertirse en un buen aliado de las empresas provinciales que, si bien en la época de pujanza económica habían comenzado a buscar colaboración para su innovación y desarrollo, con la crisis han disminuido ese interés.

Ahora que parece que la economía se reactiva, sería un buen momento para que las empresas volvieran a mirar a la UJI. No solo por la universidad, también por ellas.