Son la presa más fácil. Por su frágil salud, los ancianos resultan víctimas propiciatorias para los más desalmados ladrones y estafadores que se dedican a estas artes. Nuestro crecimiento de esperanza de vida, propio de toda sociedad avanzada, se refleja también en los índices de criminalidad hacia este numeroso colectivo que es el más débil. Sin ser alarmantes, las cifras empiezan a generar preocupación. Las personas mayores sufren casi el 10% del total de delitos que se denuncian anualmente, pero el porcentaje puede ser mucho mayor debido a la reticencia de muchas víctimas a presentar la denuncia correspondiente ante la autoridad, por vergüenza o por que se les atribuya después incapacidad para gestionar su vida con independencia.

El hurto (apoderamiento de bienes ajenos sin utilizar la fuerza o intimidación) es la técnica delictiva más utilizada en los tiempos que corren. Pero la peor práctica delictiva contra los ancianos, normalmente a las mujeres, es la del robo de joyas y bolsos a plena luz del día, cosa que nos encontramos un día sí y otro también. Los cadeneros asaltan a su víctima mediante un violento tirón, lo que puede conllevar caídas y, en consecuencia, lesiones muy graves en personas de avanzada edad.

A las políticas de teleasistencia informativa que han puesto en marcha las administraciones, debe sumarse la intervención de los familiares para enseñarles cómo reconocer una situación sospechosa y animarles a denunciar el delito para facilitar la labor policial. La justicia habrá luego de aplicar los agravantes que la ley dispone para castigar a quienes con cobardía extrema se aprovechan de la vulnerabilidad de su víctima, pero resulta necesario que la sociedad en general respalde a este colectivo para que no sigan repuntando dichos delitos.