El anuncio por parte del Gobierno central del borrador del Plan Estatal de Vivienda 2018-2021 vuelve a poner de nuevo sobre la mesa una serie de reflexiones sobre las dificultades del acceso y mantenimiento de un hogar estable por parte de amplios colectivos castigados por la gran recesión, especialmente la población más joven. No hay que sustraer al proyecto gubernamental las buenas intenciones que lo animan. Resulta una buena propuesta incrementar hasta 10.800 euros la ayuda para la compra de una vivienda habitual a los menores de 35 años que tengan unos ingresos mensuales inferiores a los 1.600 euros, con un límite del 20% del valor del inmueble. También es un buen propósito los apoyos a este mismo sector respecto al apartado concreto de los alquileres, que alcanzarán hasta el 50% de la mensualidad siempre que esta no supere los 900 euros.

Pero todo parece indicar que nos encontramos ante otro parche que no puede ocultar los verdaderos problemas de fondo. Las ayudas que invitan a la compra de la vivienda no tienen entre nosotros felices precedentes. Inducir a un joven a entrar, con una mínima cantidad inicial, en el largo túnel de las hipotecas puede ser más que un empujón, un salto mortal al vacío, como la experiencia reciente así lo indica. El piso en propiedad no siempre es un bien rentable. Muchas veces es todo un lastre que, por un lado, encadena al pago de la deuda contraída con una entidad financiera y, por otro, limita las posibilidades de movimiento geográfico en un contexto en el que la precariedad laboral induce a los jóvenes a desplazarse a buscar oportunidades. Pero la alternativa del alquiler no es mejor: acudir con pocos recursos a un mercado dominado por la oferta y la demanda sin control presagia una amenazadora tormenta de precios y, al mismo tiempo, condena a la frustración de muchos proyectos personales.

Es todo el marco económico global el que debe tenerse en cuenta para mejor dirigir el tiro del necesario apoyo oficial. El fomento de los pisos de alquiler social ha de ser un objetivo prioritario, y el nuevo plan de vivienda lo contempla solo de forma muy tímida. Las ayudas, por bienvenidas que inicialmente sean, no pueden seguir siendo pequeños remedios que solo mantienen una injusta situación general. Y mucho menos deben agitar vicios que hace unos años nos llevaron a la ruina del ladrillo y de toda la economía.