La temporada en el tenis ha comenzado como siempre con el abierto de Australia, primer Grand Slam del año, que se disputa en Melbourne. Rafa Nadal ha caído en cuartos. De todos es sabido el sinfín de rituales que el menorquín despliega por la pista, tan peculiares y definitorios como sus golpes de raqueta. Se diría que cada vez que sale a pista libra dos batallas: una con el oponente y otra con la superstición. En un partido contra el surafricano Anderson, cuando Rafa iba a efectuar el saque, una ráfaga de aire tumbó una de las dos botellas que el español ordena al lado de su silla: a su izquierda una de agua y un poco mas a su izquierda una naranjada, siempre en diagonal al lateral de la pista. Se hizo el silencio unos segundos y un recogepelotas acudió veloz a colocar la botella justo en el lugar donde debía estar, según el sagrado ritual de don Rafael. Nada más el insospechado ayudante colocó la botella se oyó un atronador aplauso en el Rod Laver Arena de Melbourne, junto a la sonrisa cómplice del propio Nadal, que se dispuso a sacar ya mas seguro de sí. El ritual de las botellitas, junto al acomodo del calzoncillo siempre por la parte de atrás, al desecho de una bola de cada tres, al ajuste de calcetines, el zigzagueo para no pisar las líneas, etc. conllevan tanto tiempo que incluso el ruso Dimitry Tursunov llegó a protestar por tal exceso. ¿Se olvida que estamos ante un genio y que, como tal, tiene licencia para sus extravagancias? H

*Psicólogo clínico

(www.carloshidalgo.es)