Es una vergüenza que Alexis Tsipras no haya encontrado ni una sola mujer digna para formar su Gobierno. No hay excusas para justificarlo. Aunque hay que agradecer que su desprecio haya abierto los ojos a tantos que ahora se indignan por la falta de paridad. Cuesta entender tanta y tan relatada decepción a escasas horas de la victoria de Syriza. O los que la muestran estaban esperando el momento para vomitarla. Y, la verdad, a estas alturas de la democracia, tampoco estamos para creer en milagros. Syriza es una oportunidad para comprobar si hay una alternativa a la austeridad. Si es posible lograr el crecimiento pactando la asfixia de la deuda. El resto de los deberes pendientes de este mundo, entre ellos el fin de la desigualdad entre hombre y mujer, la conquista de la paz mundial o el destierro de las hambrunas, no hace falta depositarlo en Syriza. El desencanto está garantizado.

Aumentar el salario mínimo de 586 a 751 euros, revocar los despidos inconstitucionales de funcionarios y ofrecer electricidad gratis a 300.000 hogares son algunas de las primeras medidas que el nuevo Gobierno se ha comprometido a realizar. Es lamentable que ninguna ministra pueda firmarlas, pero no por ello pierden su valor. La justicia social es el único modo de combatir la desigualdad. También entre hombres y mujeres. H

*Periodista