Krisztina y Óscar formaban una pareja estable y normal tras 14 años de relación y dos preciosos hijos. Llevaban muchos años viviendo en la calle La Ilustración, donde sus vecinos admiraban, sobretodo, la belleza de Krisztina y su simpatía. “Ella destacaba, brillaba con luz propia. Alta, delgada, deportista, madre abnegada y muy trabajadora”, resaltaban desde su entorno.

Krisztina trabajaba en la actualidad como auxiliar de enfermería en el convento y complejo residencial de las Oblatas del Santísimo Redentor, donde se hospedan las monjas. Además, indicaron algunos conocidos, había estado empleada en locales de restauración. Por su parte, Óscar ayudaba a su familia en el restaurante que regenta muy cerca del Torreón, además de ejercer de camarero de manera esporádica en un cámping de la localidad costera. No ha trascendido si atravesaban por problemas económicos.

Ambos era amantes de la naturaleza y en sus páginas de Facebook tienen colgadas imágenes en las que pasean por el monte equipados con mochilas, así como en la playa acompañados por sus dos hijos. También, como cualquier pareja, salían a cenar los cuatro juntos.

Krisztina era aficionada al deporte y, de hecho, su foto de perfil en esta red social es de su reciente participación en mayo en la carrera de la mujer de Benicàssim, donde iba ataviada con la camiseta rosa y el dorsal.

Lo que realmente pasaba de puertas para adentro solo Krisztina, Óscar y sus dos hijos lo saben. De hecho, ella tenía en su Facebook una foto de portada con la leyenda: “Amar es respetar”. Un lema, que, por algún motivo, ella quería destacar.