Creo que las personas somos, en general, tímidas por naturaleza y uno de los mejores ejemplos lo tenemos en los ascensores. Observen y comprobarán que cuando suben a un ascensor dos o más personas que no se conocen entre sí, la inmensa mayoría miran al suelo o al techo, como queriendo eludir a la persona que tienen al lado.

Si hay que subir o bajar muchos pisos, el trayecto se hace bastante más largo que si el viaje se realiza en solitario. Como mucho, la conversación más sufrida es: ¡Qué frío hace! El otro responde: ¡Pues, sí! Y a partir de ahí, silencio sepulcral hasta el destino de uno y otro. Es curioso, pero en verdad, pocas personas entablan amistad en un ascensor.