El golfo pérsico, y en general toda la región de Asia Menor, ha sido desde la más remota antigüedad cuna de las civilizaciones pero también uno de los puntos más conflictivos del globo. Parece como si una maldición pesara sobre esta zona tan castigada por la historia. Y de esta forma, si a finales de los años setenta, el conflicto en el Líbano, antaño uno de los países más prósperos del mundo, seguía con toda su virulencia, en aquel otoño de 1980 dio inicio otra guerra que iba ser más cruel si cabe. Fue la que enfrentó al Irán de los ayatolás con Irak, un país que gobernaba con mano de hierro un dictador de triste memoria, Sadam Hussein. Pero en aquel conflicto, Sadam fue aliado de los países occidentales y especialmente estuvo apoyado por los Estados Unidos que mantenían un enfrentamiento radical con el régimen iraní del imán Jomeini, con la crisis de los rehenes de la embajada norteamericana en Teherán en el trasfondo de una situación delicada y difícil para los americanos. Y hoy, paradojas en la historia, 25 años después, Sadam es el gran enemigo de los Estados Unidos que han invadido Irak como respuesta a los graves atentados del 11 de septiembre.

Aquella guerra, que alcanzó unos niveles de crueldad inéditos, recordaba diariamente a los españoles de lo que era capaz la miseria humana. Pero afortunadamente, en España se vivía en paz y los españoles caminaban hacia un régimen de libertades que, día que pasaba, se consolidaba pese a los múltiples problemas que presentaba una gesta de la envergadura de la transición democrática.

El nuevo estado democrático apostó por las autonomías, en un intento de solucionar el endémico problema de los nacionalismos. Fue el llamado café para todos que supuso dotar de autogobierno a todas las antiguas regiones españolas. Eso sí, distinguiendo y primando a las llamadas nacionalidades históricas que tuvieron mayores competencias en el autogobierno y fueron tramitadas más rápidamente. En el llamado País Valenciano, denominación que casi fue oficial a finales de los años setenta aunque un importante sector defendía la denominación histórica de Reino, se negociaban entonces las llamadas transferencias del estado central al nuevo autonómico. El nuevo ministro de Administraciones Públicas, el veterano Rodolfo Martín Villa, aseguró que en el año 1981 se completaría este proceso, pudiéndose aprobar el estatuto de autonomía y abandonando el status de preautonomía entonces vigente.

El autogobierno sería una conquista de todos aunque las diputaciones iban a tener un papel predominante en la negociación del estatuto. Así lo expresó el titular de la corporación provincial castellonense, el doctor Joaquín Farnós Gauchía, quien en aquella semana de octubre, y bajo una incesante lluvia de otoño, puso la primera piedra de lo que iba a ser el campus del Colegio Universitario y posteriormente de la Universitat Jaume I.

El acto, histórico por muchas razones, marcó una nueva etapa para los estudios universitarios en Castellón, ya que el nuevo edificio que construyó la Diputación facilitó la llegada de nuevas titulaciones como Derecho que tuvieron mucho éxito en aquellos primeros años de los ochenta. La ceremonia se inició con la bendición de los campos de naranjos que hoy ocupa en campus de la Universitat Jaume I y que realizó el obispo Cases Deordal. Además, el acto, que contó con la presencia de las primeras autoridades entre las que destacó la presencia del alcalde socialista de Castellón, Antonio Tirado, tuvo un marcado carácter universitario con la presencia del rector de la Universitat de Valencia, a la que estaba adscrita el antiguo CUC, Joaquín Colomer, quien afirmó que Castellón merecía la mejor oferta en estudios superiores. Una demanda que los castellonenses nunca abandonaron pero que no conseguirían hasta inicios de los años noventa cuando la Generalitat Valenciana creó la UJI.