Universo taurino en el Grao. Cartel de no hay billetes en la cuarta jornada de bous al carrer del distrito marítimo. Incluso comentaban que era el día de mayor afluencia de público. Un torbellino de fiesta que comenzó con el desfile de peñas y entrada de los toros en una calurosa tarde para mayor gloria del arte de Cúchares en clave grauera.

Y es que decir bous al Grau es hablar de la Maestranza de una tradición de valor y arrojo. No faltaron ayer veteranos rodaors del terreno: Tomas Aixa, Brillantina, doctor en espectáculos taurinos, uno de los que más sabe; Ximo El Cabrero, El Xoto, Emilio Jorge, Juan Vicente Garcia y Blanquilla. Pero, también de fuera de estas tierras, como Pepe el Rubio, de Madrid, y que aquí le llaman El Tragedias, todos sabemos el por qué.

Y en las conversaciones, el recuerdo a Sergio, El Petirrojo, el joven que fue corneado el domingo. No dudaban en calificarlo de “valiente”, aunque --decían-- “que siempre que viene al Grao acaba volteado por las reses”.

Las peñas El Norai, Paranoia, La Barrasa y El Porro fueron las que aportaron los astados, de la ganadería de Flores Tasara, y de Borja Sierra, respectivamente. En los cadafals, la gente se apiñaba, ávida de emociones. El primer morlaco, “un bou menut”, según un aficionado, no paró de hacer cabriolas, mientras los mozos corrían desesperados. Alguno se acercaba más de la cuenta.

Y rostros populares en los tendidos, y también abajo, en el albero de una vila abarrotada de espectadores, como Alfonso Trelles, esposo de la concejala Begoña Carrasco; Vicente Ballester, abuelo de la reina infantil de las fiestas, Andrea, mostrando su característica serenidad y flema; Sara Cambronero, la que fue máxima representante festera de Sant Pere del 2011, con muestras de cansancio y con sonrisa perenne; o Ismael Bou y Elena Ortí, con su hijo Lucas, de la peña La Marxa, infatigables en esto de la fiesta, igual están en Castellón con su colla magdalenera que vibran en el Grao. Y, al ritmo de la charanga Salsa Rosa de Onda, las reinas y damas accedieron al recinto para ocupar su lugar de privilegio y ser testigos silentes de un excepcional espectáculo. Abanicándose, disipaban un calor extremo que no hacía mella. Sin embargo, en los centenares de aficionados que desafiaban a los toros que campaban, como amos y señores.