La democracia es el menos malo de los sistemas políticos decía Winston Churchill. Es cierto, y gran parte de la imperfección contenida en el aserto del político inglés ha quedado reflejada, tras las pasadas elecciones generales en España, en el esperpento que nos ha tocado sufrir a los ciudadanos, cómico incluso, si no fuera por las graves consecuencias de un año perdido para la economía y el empleo. Las fisuras del modelo democrático dimanan de su propia naturaleza. Ya en el S. IV a.C. Platón criticaba la incapacidad del pueblo para alcanzar verdaderos conocimientos por sí mismo, e indicaba que en democracia la opinión prevalece por encima del conocimiento, por lo que el pueblo es propenso a la manipulación de alguien que conozca las inclinaciones humanas, a saber, el sofista y el orador.

Estas afirmaciones continúan absolutamente vigentes. Resulta imposible abstraerse de la intoxicación informativa adulterada a la que nos vemos sometidos.

Armas hábilmente utilizadas por “sofistas y oradores” que manipulan opiniones, dirigen el voto y pervierten el fin último de un sistema democrático que no es otro que elegir a los gobernantes más capacitados para tomar decisiones encaminadas al progreso social y económico.

Los pasados resultados electorales ofrecieron a la clase política una oportunidad histórica para renovar la confianza de los ciudadanos en sus gobernantes y consolidar nuestra madurez democrática. La desaprovecharon de manera lamentable.

Soy optimista; creo que esta sociedad merece mejores gobernantes y que, pese a la oportunidad perdida, hemos aprendido la lección y debemos acudir a las urnas con el sentido común intacto. H