Uno de los amigos que tienen a bien leer esta columna, me solicitó la semana pasada que volviera a contar alguna anécdota de historia, «porque hace (según dijo), tiempo que no cuentas ninguna». En la novela del Capitán Alatriste titulada El Sol de Breda, mi admirado Pérez Reverte refiere el episodio como vivido por el protagonista de sus siete novelas, lo que no hace que el suceso sea imaginario.

En la triste guerra de los Ochenta años que costó a España la pérdida de Flandes y otras posesiones europeas, el Tercio que mandaba Francisco Arias de Bobadilla, combatía en tierras brabanzonas, bloqueado por la escuadra de Filips van Hohenlohe-Neuenstein en la isla de Bommel, rodeada por las aguas de la confluencia de los ríos Mosa y Waal. El flamenco propuso a los desesperados españoles una rendición honrosa a la que respondió Arias de Bobadilla: «Ya hablaremos de capitulación después de muertos».

En ese crítico momento uno de los esforzados integrantes del Regimiento, cavando una trinchera, halló una tabla flamenca con la imagen de la Inmaculada Concepción. Henchidos de fe y considerando milagroso el hallazgo, los militares colocaron la imagen en un improvisado altar. Esa noche, se desató un glacial viento gélido que heló las aguas del río Mosa. Componentes del tercio viejo de Zamora, marchando sobre el hielo firme, al amanecer, atacaron por sorpresa y obtuvieron una victoria tan completa que el almirante Hohenlohe-Neuenstein llegó a decir: «Tal parece que Dios es español». Por ello se declaró a la Inmaculada como patrona de la Infantería española.

*Cronista oficial de Castelló