Siempre hay ganas de recuperar las tradiciones, de compartirlas para contribuir a su supervivencia frente al implacable paso del tiempo, pero la pausa obligada de la pandemia ha hecho de los reencuentros momentos especialmente relevantes, como sucedió ayer en la Cavalcada de la Mar con la que los vecinos del Grau de Castelló pregonan, año tras año, y con este ya van sesenta y cuatro, la cercanía de sus fiestas más esperadas --esta vez más si cabe--, las de Sant Pere.

Como manda la costumbre, sonaron los acordes del tabal i la dolçaina, a cargo del grupo de intérpretes del Grau para que participantes y público supieran que el desfile iba a comenzar, y Els Nanos de José María Illescas y Xamberga de la Barraca abrieron paso a una comitiva formada por un millar de personas, entre organizadores y protagonistas, que recorrieron el itinerario entre la calle Churruca y el destino final, frente al hotel Turcosa donde, el pregonero --este año el padre de la reina infantil-- recitó por última vez los versos de Francisco Alloza para llamar a propios y extraños a la fiesta.

La novedad principal de un evento que guarda la esencia de quienes lo celebraron por primera vez hace más de medio siglo fue el hecho de que un virus obligara a suspenderlo durante dos años. Por lo demás, la Cavalcada del Mar mantuvo un relato histórico que le da sentido. Desde las carrozas mitológicas, entre las que se encuentra la que recuperó la comisión hace seis años, la de Neptuno y su corte de sirenas; seguidos por la parte histórico del desfile, en la que se encontraban la Colla de Trabucaires Xaloc, invitados para la ocasión.

Indispensables los representantes del Món del Mar, con las carrozas de la Marineria, la Venda de Peix y las Remendadores, entre las que se encontraban las integrantes de la Aula Debate, que este año reciben la distinción Aladroc d’Or por su vinculación con la fiesta. Cerraron el desfile los Records del Grau y las reinas y sus cortes.