Hace cien años, en un rincón de la Puerta del Sol, unos castelloneros, románticos y enamorados de su tierra, fundaron el Club Deportivo Castellón. Muchos han intentado destruir su legado, incluidos políticos vendidos, mercaderes y traficantes; y no pocos torpes gestores, vanidosos y algún que otro pobre que pasaba por ahí, pero nadie lo ha conseguido. Ni lo conseguirá.
En otras circunstancias, hoy es día de nostalgias, homenajes, recuerdos y anécdotas. Pero parece difícil abstraerse de la cruda y dura realidad. Hubiera sido bonito celebrarlo en categoría profesional y sin el riesgo de disolución en el que nos ha dejado desde hace meses Vicente Montesinos, pero es lo que hay. Por eso estoy seguro de que el presidente no desaprovechará la tribuna del Auditori, con las autoridades presentes y el albinegrismo en general expectante, para ofrecer un gran anuncio. Se lo está guardando desde hace días. Igual da a conocer la venta de sus acciones como confirma que sigue en el cargo. Ambas cosas se recibirán con aplausos, vítores y signos de aprobación. Somos así de cínicos.
Tanto en uno como en otro caso, la prioridad de la sociedad anónima que es el club, y lo que imploran los aficionados de a pie, es que se atiendan los dos millones que se han cifrado como necesarios para poder cubrir las deudas inmediatas que se requieren para seguir compitiendo. Con todos los inversores con los que se ha hablado nunca hubo problema al respecto; la dificultad radicaba en asumir un acumulado que se estima supere los seis millones, los dos que pretende recuperar Vicente Montesinos sin haber llegado a demostrarlos en junta general y la herencia de contratos blindados. Mientras se cerraba o se rompía el acuerdo, que nunca me ha quedado claro tanto retraso, se ha regalado tiempo a Jordi Bruixola para dejarlo todo atado y bien atado.
Sin duda se aprovechará tan magnífico marco y sin par aniversario para restablecer sinergias con las empresas, cerrar heridas entre la afición, deshacer la maraña judicial, ofrecer un proyecto a las administraciones, evitar los personalismos, convocar al albinegrismo general, erradicar a los comisionistas, perseguir a los delincuentes, renovar ilusiones. y disipar la desconfianza. No intentarlo no tendría perdón.
