Durante décadas había un sonido que movilizaba a la Vall d’Uixó, el de la sirena que marcaba las entradas y las salidas en la Fábrica Segarra. Como tantas otras costumbres en este país, la guerra civil acabó con muchas rutinas y una de ellas fue ese peculiar y estridente ruido, que lo era así porque debía escucharse en todo el término municipal, aunque se recuperó tras la contienda y siguió avisando al municipio de su actividad hasta los años 70, aproximadamente.

Explica el guía del Museo de la Fábrica Segarra, David Galindo, que a lo largo de la historia de la empresa hubo varios aparatos con esta función y uno de ellos, entre los más antiguos, ha vuelto a estar de actualidad porque hoy viernes a mediodía, con motivo de la celebración del día de San Silvestre, de forma simbólica, ha vuelto a emitir sus más de 120 decibelios para dar relevancia al hecho de que en el 2022 se cumplirán los 140 años de la fundación de la empresa que marcó de forma determinante el destino de la Vall.

La sirena, conocida popularmente como El Pito, es una de las piezas de la extinta Fábrica Segarra que los propietarios del museo dedicado a su historia --Herminio Salafranca, Ernesto Canós y Miguel Beltrán-- han recuperado y restaurado, y ahora, en una fecha tan señalada, coincidiendo con el santo de quien fuera propietario de la afamada firma, Silvestre Segarra Bonig, ha vuelto a escucharse, con energías renovadas, pues la han dejado como nueva, a pesar de las dificultades para suministrarle corriente, pues funcionaba por conexión trifásica y ha tenido que ser adaptada.

Este artilugio en concreto ha sido donado al museo por Mariano Gracia Martín y María Mingarro Alarcón, que lo guardaban en un almacén de su propiedad y en su momento decidieron cederlo para que entre a formar parte del interesante catálogo de piezas que puede visitarse en este espacio expositivo ubicado en el polígono Carmaday.

El día del duro

Recordaba ayer José Ramón Salvador, quien fuera comercial de la empresa en Inglaterra y Estados Unidos, la relevancia que durante mucho tiempo tuvo para los vecinos de la localidad la celebración del 31 de diciembre, una jornada que era conocida popularmente como el día del duro, porque Silvestre Segarra Bonig entregaba un duro a los niños que se acercaban a su casa para felicitarle. Una costumbre que fue extendiéndose entre los adultos, aunque estos recibían cinco. Sobre este gesto del empresario hay una fecha de especial relevancia, según relataba Salvador: el año 1950, cuando repartió un millón de pesetas entre sus trabajadores «en agradecimiento por haber recibido nada más ni nada menos que el premio a la mejor empresa modelo de España». Y a partir de entonces, se estableció el mencionado y particular aguinaldo por su onomástica.

Aunque han pasado muchos años, aún habrá quien rememorarán aquellos 31 de diciembre, y posiblemente a muchos el sonido de la sirena les evocará un tiempo pasado en el que el nombre de la Vall era conocido internacionalmente por la calidad de los calzados que confeccionaban las miles de personas convocadas a diario por su llamada.