Era 31 de enero. Un día como otro cualquiera. Dos niños, dos amigos y vecinos de la Vall d'Uixó de 11 y 12 años, jugaban en las inmediaciones del Grupo Escolar Centelles. Como hacían los niños por aquel entonces, se entretenían con lo que tenían a mano, muchas veces con lo que encontraban por la calle. Uno de ellos, de hecho, llevaba en la mochila un artilugio que había hallado en un rincón cualquiera. Era una bomba. Tan inocentes como temerarios, estuvieron de aquí para allá con el explosivo a cuestas, llegaron a convertir la mochila en el simulado poste de una portería para jugar a fútbol sin que nada pasara. Hasta que pasó. Después de atentar varias decenas de veces contra su suerte sin ser demasiado conscientes, uno de sus juegos acabó en detonación. José Valls, de 11 años, falleció en el acto. Su amigo, José Sánchez Honrubia, acabó en el hospital, gravemente herido. Este episodio, del que se han cumplido 66 años, protagonizó esta semana la inauguración de las V Jornadas de Historia, Etnología y Patrimonio organizadas por la Associació Arqueològica de la Vall d'Uixó.

Uno de los participantes en la charla, el historiador e investigador Juan Fuertes Palasí, se encargó de poner el acento en la cotidianeidad con la que, durante años, este territorio ha convivido con el material bélico. En una consulta de la prensa de la época, el periódico Mediterráneo contabilizaba, solo en el año 1939, entre 15 y 20 incidentes provocados por la explosión de granadas o bombas abandonadas tras el fin de la guerra civil. Él mismo contó una experiencia personal. A pesar de su experiencia militar --tres décadas en el ejército-- mientras trabajaba un día en el campo, encontró un proyectil de artillería. «Me molestaba para el trabajo que quería hacer y, por un momento, pensé en atacar una cuerda de la punta para tirar de él, por suerte, la cordura me iluminó y no lo hice», explica. Al día siguiente avisó a la Guardia Civil para que retirara la bomba.

Fernando Martínez, presidente de la AAV, junto a las imágenes de los niños afectados por la explosión de febrero de 1939. AAV

Si hoy todavía se producen este tipo de situaciones, Fuertes invitó a reflexionar sobre cómo sería la vida en los años inmediatos al fin de la contienda. Y es que, como señaló, «este tipo de artefactos tienen un atractivo inexplicable» y quienes los manipulan no son conscientes de lo «tremendamente inestables que son, puede que los sacudas 10 veces con fuerza, y después, en un simple roce, explotan». Bien caro que lo pagaron los dos amigos de la Vall.

Los hermanos Salvador, compañeros del fallecido, compartieron sus recuerdos sobre aquel fatídico episodio que nunca han olvidado. AAV

Sobre las razones que llevaron a la Associació Arqueològica a organizar esta charla, su presidente, Fernando Martínez, detalla que Joaquín Escuder, «hermano de leche de José Valls Pepito» le explicó que tenía un par de libretas del maestro Pedro Viruela, encuadernadas por él mismo, en las que había recopilado «las redacciones que los 35 compañeros y amigos de clase de Pepito escribieron a petición suya». En esos escritos recordaban al fallecido en aquella tragedia. «Me preguntó si podíamos hacer algo» y en la asociación se pusieron a trabajar.

Fragmento del escrito que le dedicó a José Valls su amigo y compañero de clase, José Ramón Salvador. AAV

Resto del fragmento del escrito realizado por José Ramón Salvador sobre su compañero, José Valls, fallecido tras explotarle una bomba. AAV

La pandemia frustró los planes iniciales de la asociación, como en tantas y tantas iniciativas, pero este año llegó el momento. Invitaron a participar en la actividad a los hermanos Manuel y José Ramon Salvador, dos de los amigos de José Valls. Joaquín Escuder contó cómo vivió el entorno familiar aquel fatífico día y «tras publicar en redes sociales el anuncio de la actividad, se puso en contacto con nosotros la hija de José Sánchez Honrubia, que dio la versión de su padre».