Solemos quedar fascinados al leer las biografías de grandes personajes, figuras que marcaron un hito en la historia, que la configuraron. Son relatos de grandezas, si bien algún que otro refleja también las miserias de dichas personalidades humanizándolas. Y es que resulta fácil mitificar a según quién, dotándole incluso de poderes casi sobrehumanos, cuando lo más probable fuera que entre sus virtudes se hallaran multitud de pecados. 

Todos somos, qué duda cabe, imperfectos, pero no por ello dejamos de intentar sorprendernos —incluso a nosotros mismos— anhelando alcanzar la gloria, o bien leyendo sobre las vidas de aquellos que, de algún modo, lo lograron. Cosa distinta pudiera parecer cuando el personaje retratado es un padre, de quien nunca diríamos, sobre todo en nuestra etapa adolescente, que es un «héroe» o alguien digno de mención. Solemos distanciarnos de ellos, los consideramos como seres extraños que nos comprenden en absoluto. Incluso llegamos a pensar que viven acumulando errores. Hay quien no deja de pensar así de sus progenitores el resto de sus vidas. Otros, por el contrario, llegan a una especie de reconciliación y mutuo entendimiento. Asimismo, existen personas que rescatan su historia personal y deciden transmitirla, compartirla, porque si lo pensamos detenidamente, toda vida es importante, y toda vida merece ser contada, recordada. Pierre Pachet bien lo sabe, como lo demuestra en Autobiografía de mi padre (Periférica).

Este libro es un ejercicio curioso de dar nombre a alguien para asegurar su derecho al recuerdo, para que ese alguien no desaparezca sin dejar huella. Es curioso por el modo que Pachet tiene de abordar la semblanza de su padre, confundiéndose con él, desapareciendo de la narración, hasta el punto de que parezca que es Simcha Apashevsky quien narra en primera persona sus primeros años en su Rusia meridional natal, su traslado a Odesa como paso previo a su desplazamiento a Francia, a Nancy, para iniciar sus estudios en medicina, sus días parisinos, su casamiento y paternidad y, sobre todo, su supervivencia a dos guerras mundiales y al horror del holocausto. Así, lo que en realidad es una biografía se convierte en una autobiografía, en una autobiografía fingida más bien, cuya característica fundamental es la introspección psicológica y moral de un hombre con profundas convicciones judías, con vocación de intelectual, esquivo, que no profesaba demasiadas muestras de cariño a su mujer e hijos, vulnerable, pero también alguien que hizo todo lo que estuvo en su mano para que su familia lograra superar la infamia y las miserias de una contienda bélica tan extraordinaria y brutal como la que protagonizara el nazismo.

Hay quien dice que el recuerdo es una voz fría. En este caso, podría ser cierto, ya que Pierre Pachet se mantiene siempre distante, sin juzgar o reprender las acciones de su padre. ¿O sí lo hace? No hay que olvidar que la memoria, el recuerdo, suele deformar los hechos, y que todo es susceptible de ser interpretado a través de la propia mirada. Quizá, en esta «autobiografía» haya más de Pierre que de Simcha. O no. He ahí el misterio, la magia de la literatura. 

'Autobiografía de mi padre' (Periférica), de Pierre Pachet.