¿Aquello que heredamos, condiciona quiénes somos? ¿Un conjunto de tradiciones, costumbres y expresiones, determina nuestro modo de pensar y de actuar? ¿Ese «legado» es, en realidad, una condena? Da la sensación de que somos incapaces de escapar de nuestro pasado, y de que esos hábitos y creencias, que otrora se forjaron para intentar organizarnos cultural y socialmente, han arraigado tanto que nuestra única respuesta sea conformarnos con lo establecido, que demos por válido todos esos procesos porque sí, de forma natural, sin pararnos a pensar que, quizá, la vida pudiera ser de otra manera.

Resignación. He aquí la clave para entender a la mayoría de los personajes de Frank O’Connor, y quizá sea también la clave para entender a toda una sociedad, la irlandesa; al menos la sociedad irlandesa de su tiempo, enfrentada, marcada y escindida. No es fácil captar esa esencia, ya intrínseca, y hacerlo además con apenas unos cuantos detalles, a través de gestos sencillos como una simple mirada paciente y humilde, una sonrisa irónica o un silencio que en realidad lo dice todo. Pero O’Connor lo hizo, y me atrevería a decir que con maestría, como queda perfectamente reflejado en varias de sus historias, que aparecen ahora bajo el título Huéspedes de la nación y otros relatos (La Navaja Suiza).

El autor irlandés desgrana minuciosamente el espíritu de una nación y de sus conciudadanos, un territorio profundamente religioso, obstinado y en ocasiones violento, pero bondadoso al mismo tiempo, afable y solidario, acogedor. En el primero de los relatos, de título homónimo, un grupo de militares irlandeses que tiene cautivos a unos soldados ingleses tarda poco tiempo en mostrarse cómplice con el «enemigo». Al fin y al cabo, todos ellos son iguales, seres que se han visto inmersos en una guerra absurda —como toda guerra—. No obstante, el «deber» finalmente provoca una quiebra, una fractura del alma. En otro de los textos, un anciano recibe en su casa a un sargento de la policía, toman el té, hablan y callan, rememoran con nostalgia tiempos pasados que creyeron mejores, y cuando todo en esta historia parece anodino, de nuevo otra quiebra, un delito y una condena que el anciano acepta estoicamente. En ambos casos, sus protagonistas se resignan, aceptan la adversidad, el conflicto como algo natural que uno no puede evadir.

Hay lugar para el humor —como la historia de aquel que va a ser padre por segunda vez y olvida, después de varios tragos de whisky, buscar al médico que asista a su mujer—, como también lo hay para los celos —el relato del niño y el padre que vuelve de la guerra— y las envidias, es decir, que O’Connor logra condensar con naturalidad las emociones propias de todo ser humano, un ser humano que también toma consciencia, sosegadamente, de su existencia finita: «Y es en momentos como este cuando uno comprende lo que somos: hombres yendo y viniendo como hojas en los árboles. Ah, Dios, es un gran misterio», escribe el autor irlandés. Una lectura amable y profunda, sincera.

'Huéspedes de la nación y otros relatos' (La Navaja Suiza), de Frank O'Connor.