No recuerdo cuándo se produjo mi primer encuentro, como lector, con Enrique Vila-Matas. Sí sé, o fui consciente, de que nuestros caminos seguirían encontrándose con el paso del tiempo porque había algo en su literatura, en su manera de hacer y entender la literatura, que me atraía.

El autor catalán es una fuente ingente de saber literario. Probablemente, uno de los mejores prescriptores que existen, o alguien con una capacidad asombrosa para invitar a sus lectores a adentrarse en otros universos literarios. Hay quien diría que Vila-Matas está infectado por la literatura y que busca contagiar a los demás con esa «dichosa enfermedad». Yo caí en su red, enfermé también, como tantos y tantos otros. No creo que pueda agradecerle nunca todas esas vías y posibilidades que abrió en mi mente a través de todos esos autores convertidos en personajes.

Gracias a él, descubrí una cantidad ingente de voces que él idolatra y de las que aprendió y aprende a descubrirse a sí mismo, y que luego comparte con absoluta devoción a través de ese juego autoficcional que ya es una especie de «marca» o «identidad» que le es propia. Aunque, en realidad, uno nunca sabe si lo narrado es o no verdad, si Vila-Matas es, en realidad, Vila-Matas, y no otro.

Montevideo (Seix Barral) es la última novela de este escritor fantasioso y quijotesco, y es, también, mi particular reencuentro con él, con su narrativa. Muchas expectativas generadas en torno a este libro, como no podía ser de otro modo. Muchos focos apuntándole a él. Muchas entrevistas, presentaciones... Y lo cierto es que no defrauda, porque uno encuentra una vez más esa capacidad metaliteraria (la literatura dentro de la literatura, dentro de la literatura una vez más) tan sorprendente y con la que es capaz de llevar al lector por los vericuetos que se le antojan. Eso sí, siempre tomando consciencia del lugar que ocupa como narrador, aunque en ocasiones, durante la lectura, su protagonista, que es quien nos habla todo el tiempo, no sepa dónde está ni qué hacer, que viva inmerso en una eterna ambigüedad de la que no sabe muy bien cómo escapar, si es que en realidad quiere escapar de ese estado de duda y contradicción.

Sin 'spoilers'

Un traficante que viaja a París para hacerse «escritor», que se convierte en escritor y que, tras varias obras publicadas con cierto éxito, es incapaz de volver a escribir. Esa sería, grosso modo y de un modo un tanto chabacano, la sinopsis de este libro que, obviamente, esconde mucho más, como una crítica irónica sobre el mundillo literario en el que siempre se está juzgando las obras de los demás sin leerlas siquiera, por poner un ejemplo. 

Montevideo es un viaje hacia las posibilidades que ofrece la ficción, y un viaje sobre cómo lo real y lo imaginario se pueden confundir hasta el punto de querer que ambos estados confluyan, como si se tratara de un laberinto, siendo incapaz de discernir si el mundo que vivimos es o no auténtico. Ya se sabe, nos escribe Vila-Matas, «desde el instante en que se ordena el mundo con palabras se modifica la naturaleza del mundo».