En la Liga de las Estrellas, una competición de presuntos ricos --aunque cada vez hay más dudas y más deudas--, y en medio de tanto rutilante fichaje millonario --muchos de ellos también de dudoso rendimiento--, tienen que sobrevivir los equipos representativos del proletariado futbolero, como, por ejemplo, el Albacete Balompié.

La puesta en escena no puede ser mas auténtica y modesta: un entrenador que viene de la Segunda A, casi una docena de jugadores cedidos de todas las partes de España --y, antes de todo esto, el haber tenido que desprenderse de su mejor jugador de los últimos años-- y asistir, impotentes, a la lógica marcha del técnico que ha vuelto a llevar a los manchegos a la gloria.

Escasos argumentos los de un equipo que no puede aspirar a las metas de la oligarquía de la Primera División. Por lo tanto, la pelea, la lucha y la revolución de los obreros de la categoría es en pos de la supervivencia. A partir de ahí, nace una especie de bolchevismo del balón, basado en la idea de ser un grupo fuera y dentro del terreno de juego, aquello del reparto equitativo de espacios y responsabilidades. El bolchevique manchego es un equipo ordenado, peleón, que lo entrega todo... pero este proyecto solidario presenta un flaqueza alarmante, como es la carestía de gol. Y, sin él, la revolución del Albacete está prácticamente condenada a un evidente fracaso.