No seré yo quien me cuelgue una medalla en la resurrección de Mario Rosas. Después de unos años de altibajos antes de venir al Castellón, reforzados por los 168 minutos que tuvo en las 42 jornadas, pensaba --y como yo, casi todo el mundo-- que el mediapunta también iba a pasar de puntillas en esta temporada. Pero Mario está haciéndonos quedar en mal lugar. Y ojalá que continúe así.

Ha bastado más ambición por su parte --del sábado no solo me quedo con su vaselina, sino con ese balón en el que se jugó el tipo con la mole de San Martín, prueba del hambre que tiene-- y las necesidades de Pepe Moré --hasta que Romero esté bien, el malagueño es el único mediapunta del plantel-- para que Mario empiece a despojarse de la etiqueta de aquel gran jugador de la Quinta del Mini (con los Xavi, Puyol...).

A Mario le persigue su leyenda, pero a los jugadores hay que juzgarles por lo que hacen dentro del terreno de juego. Si él pudiera hablar con todos y cada uno de sus detractores, más de uno cambiaría de opinión al respecto.