Villarreal y Espanyol organizaron una bonita fiesta en homenaje al fútbol a la que invitaron a toda España, pero se olvidaron de llamar al convite al único protagonista que no podía fallar para que todo saliera redondo: el gol. El cero a cero final deslució uno de los encuentros más bonitos de la Liga de las Estrellas, pero para ganarse la matrícula de honor faltó lustre en el marcador, que no se movió en toda la noche. ¡Qué pena! La ocasión lo merecía.

El Villarreal se encontró con la horma de su zapato con un Espanyol que le plantó cara, aunque de forma más conservadora, ya que se replegó en su parcela con acierto debido al respeto que los periquitos le tiene al subcampeón de Liga. Pero el Submarino no se conformó con el empate y buscó el triunfo sin desmayo y con esa ambición que distingue a los grandes equipos. Este Villarreal, sin ninguna duda, lo es.

Solamente las defensas, impecables durante la primera parte, dejaron sin brillo el buen trato a la pelota, el dinamismo que ambos equipos le imprimieron al partido y la vocación ofensiva con que Espanyol y Villarreal se emplearon anoche. Era la pelea del fútbol contra el fútbol, aunque en el intercambio de golpes el equipo de Pellegrini sumó más puntos pero sin gol.

Por el bando local, De la Peña portaba el estandarte de esa corriente pellegrinista que parece ganar adeptos en la Liga española, mientras que en el Villarreal el timón, el estrellato, el trabajo y hasta la gloria es una cuestión colectiva que en cualquier instante puede variar de mano.

Los defensas no quisieron perder comba ni protagonismo. Ni un solo fallo. La zaga local lo pasó mal para frenar las embestidas del Submarino, pero no mostró ni un atisbo de fragilidad, ni tampoco una mínima muestra de debilidad. Y eso que los de Pellegrini movieron la pelota con su habitual precisión, con el condimento de una velocidad vertiginosa a su juego. No faltaron las genialidades de Pirès intentando buscar cualquier ínfimo agujero en la muralla del Espanyol, pero se quedaron en meros sustos.

Los periquitos generaron sus aproximaciones más peligrosas a la contra, con el Villarreal desplegado sobre su área. Márquez preparó un 4-2-3-1, como antídoto para combatir el fútbol cloroformo de los amarillos que duerme a sus rivales con ese movimiento de tic-tac con el balón. Luis García se ubicó en la derecha, Nené en la izquierda y De la Peña gozó de libertad absoluta de movimientos para enlazar con Tamudo. La sensación de peligro del Espanyol era más aparente que real, es decir, más ruido que nueces.

Más de lo mismo el Villarreal, que echaba de menos algunas bajas ilustres en su once de salida, la más importante la de Cazorla.

Pellegrini tuvo que recurrir al asturiano como recurso para transmitirle a los amarillos ese desequilibrio y esa magia que aporta el internacional español. El árbitro le quiso dar un aliciente al partido y señaló un penalti inexistente de Capdevila a Tamudo, que en caso de ser falta hubiera sido fuera. Diego López hizo justicia y detuvo la pena máxima. El Villarreal se encoraginó y Kameni emuló al meta rival con una felina intervención. El partido estaba loco. Cualquiera pudo ganar, porque ninguno tenía miedo a perder. El Submarino contagia fútbol y demostró otra vez más que es serio candidato al título.