Yo he visto jugar al CD Castellón en Primera División. Eran otros tiempos. En aquel entonces no existían redes sociales, ni móviles, y los que presumíamos de memoria, aún podíamos sacar pecho porque Google no nos aguaba la fiesta a golpe de tecla. Todos sabíamos que los partidos se jugaban a las cinco de la tarde y una hora antes quedabas a tomar café en el bar Paco cerca de Castalia con los amiguetes. La camiseta albinegra siempre era igual y no cambiaban nunca sus rayas verticales.

Todavía recuerdo cuando, con mucho sacrificio, adquirí mis primeras cinco acciones del CD Castellón SAD. Domingo Tárrega tuvo que hacer encaje de bolillos para cubrir el capital social. Mi madre no se enteró, porque me hubiera suspendido de empleo y sueldo por un tiempo, porque aquello era un gasto innecesario para un imberbe que se ganaba unas perillas dando clases particulares y hasta cargando furgonetas mientras estudiaba. Con esas 5 acciones me veía como si hubiera invertido en Repsol. Iluso.

Entonces no había jefe de prensa. José Luis Alé Revest, un señor de los pies a la cabeza, ejercía de portavoz y todo funcionaba bien. Un quinto de cerveza ejercía de internet, porque entonces se hablaba mucho. No había WhatsApp.

Ni tampoco redes sociales. Los amigos discutíamos en el bar sobre si iba a jugar Manchado de defensa o en el centro del campo. En aquel entonces existían la figura del líbero y un tipo como Javi Valls jugaba 10 metros por detrás del resto. Me acuerdo como aplaudiamos cada vez que Alfredo Monfort o Ibeas le enseñaban los tacos al delantero de turno. Y claro, también cotilleábamos de que habíamos visto a Dobrowolski, o a algún otro jugador, en la disco de moda. Yo pienso que alguno exageraba la hora y lo que eran las dos, le parecían las seis, quizás porque el vodka con limón nublaba la vista. Y hasta el día. Sí, eran otros tiempos. Hoy es todo es diferente. Cualquiera se hace con el control de un club sin haber puesto un euro y, encima, cobra por algo que no era suyo y decide hasta quien le sucede. Y deja las cuentas con telarañas. Luego está eso de las redes sociales. Antes en el bar te veían la cara, pero ahora Manolo o Juan se ponen una capucha con un nick falso y pueden tener su momento de gloria y lograr que un club de fútbol emita un comunicado oficial desmintiendo que tal o cual futbolista no estaba de fiesta la noche antes del partido. Palabra de Dios, perdón de cuenta de twitter. En aquella época cualquier chico hubiera podido salir a comunicado por día, aunque Tárrega se hubiera reído y lo habría resuelto con esa flema británica que le distinguía o ni se habría inmutado lo más mínimo.

Entonces el presidente era vocacional y no se perdía ni los entrenamientos. Por supuesto ningún partido. Ahora el propietario puede vivir en Londres y saber más de fútbol que el entrenador.

Recuerdo que un día a la semana había junta directiva, luego ya Consejo de Administración, que era lo mismo pero con más modernor y se decidía si se echaba o no al entrenador. Se votaba y todo. Los periodistas hacían guardias de horas a la espera. Hoy es más rápido y el dueño se reúne consigo mismo y se carga al entrenador que no quería ni en pintura, pero por presumir de dialogante y democrático lo renueva tres meses antes para que que su gente pensara que pintaba algo.

Antes se respetaba al capitán de la casa, por ser un símbolo. Por eso Javi Valls jugó tantos años de albinegro. Ahora, se le llama por teléfono para despedirle. Y también es verdad que en aquellos años el entrenador se marchaba a casa si le querían imponer aquello en lo que no creía. Ahora se hace el sueco. Montesinos traga sapos, Bruixola mira a la luna. Y hasta Juan Garrido, el hombre que ficha y desficha vive a 800 kilómetros de Castellón. Es todo muy normal. Incluso que José Miguel Garrido tenga un director deportivo que no era su primera opción porque su elegido estaba en un club de 2ª A del norte. Es el fútbol 3.0. Por lo menos la pelota sigue siendo redonda. ¡Qué mayor soy! PPO.

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