Llegó puntual, se sentó y lo primero que me contó es que estaba enganchado a un juego del teléfono móvil, a uno de minigolf. Cómo te puede caer mal alguien que se presenta así. Luego explicó algo todavía mejor. En el juego ese compite on line contra otros usuarios y le da por imaginar, según el nombre, que son personas conocidas. Acababa de jugar contra un tal Karim y me dijo, con toda naturalidad, que se había dejado ganar. Me dijo que a la mitad de la partida había pensado que igual era Karim Benzema. Había pensado que no era imposible que ese aleatorio Karim fuera el auténtico Benzema, porque no estaban jugando a la hora del entrenamiento del Real Madrid. Había pensado que si el de la partida fuera en realidad Benzema, y él le ganaba, y le dejaba sin las monedas brillantes del juego, igual Benzema se ponía triste y al día siguiente en la Champions jugaba fatal. Había pensado todo eso y por eso se había dejado ganar, por si acaso, lanzando las bolas fuera del recorrido y mirando el tiempo pasar, no fuera a convertirse en el responsable de una derrota del Madrid en la semifinal. Lo contaba totalmente en serio y sin poderlo evitar. Alguien así cómo te puede caer mal.

Por eso, cuando al día siguiente jugó el Madrid contra el Chelsea y marcó un golazo Benzema, a mí me faltó tiempo para escribirle por WhatsApp -al tipo del minigolf, no a Karim Benzema- Primero me contestó que esperara la revisión del VAR -no se le escapa una- y luego ya sí, se felicitó por el gol, cómo no, y me pidió que explicara al mundo de quién era el mérito de verdad, que eso estoy tratando de contar: el mérito fue de la persona que jugó contra Benzema al minigolf virtual y se dejó ganar. Solo algo así explicaría la desbordante confianza de Benzema, me aseguró el hombre, al tiempo que rogaba que no destapara su identidad, porque tiene familia e hijos -me consta- y un trabajo de alta responsabilidad -me consta todavía más-. Me dio también el nombre del juego por si me lo quería descargar. Alguien así cómo te puede caer mal.

El camino

Está la gente regular y el mes de mayo, con cuatro equipos jugándose la Liga, no parece que lo vaya a mejorar. Al contrario, el otro día alguien tuiteó no sé qué de disfrutar del camino y el colega sevillista José Lobo se indignó, con razón, y contestó: «¡Del camino que disfrute Delibes, yo quiero ganar!», que cada vez que lo recuerdo me río solo. La tradicional impotencia del hincha, cuya felicidad depende de lo que hagan otros, aunque esos otros sean sus propios futbolistas, se acentúa ahora sin poder ir a pegar cuatro gritos en las gradas del estadio. Puedes como mucho acercarte a recibirlos a la puerta del campo, como quien lleva a un hijo a los exámenes de unas oposiciones, o dejarte ganar si te los encuentras en un juego de minigolf en el móvil, pero poco más, un desastre.

No descarto un auge sofisticado de nuevas medidas de apoyo: hinchas cediendo el paso a los futbolistas en la cola del supermercado, interrumpiendo el tráfico para que lleguen a casa antes o masajeando sus pies mientras ven una serie en la tele. Levantándose del sofá para llevarles un helado, riendo sus gracias y dándoles la razón siempre. Haciendo su vida un poquito más fácil, con una sonrisa amorosa de lunes a viernes. Lo que hay en juego en cada partido bien lo vale, seguro que me entiendes.