En un mural de cerámica del almacén de la Cooperativa Agrícola San Isidro de Castellón se lee “Unos por otros y Dios por todos”. Entre mis amigos, en nuestra juventud (hace 50 años), corría de boca en boca la frase contraria, que identificaba la realidad en la sociedad: “Cadascú per a d’ell i fot a qui pugues” (Cada uno para sí mismo y fastidia a quien puedas). Cooperamos. Sí, pero en un difícil equilibrio entre nuestra propia utilidad y el valor de favorecer a otros. Y aquí entra la reciprocidad e incluso la moral.

Robert Trivers escribió un ensayo en el que asume que, a pesar de que los animales y los humanos normalmente están dirigidos por el interés propio, se observa que frecuentemente cooperan. La razón que él da, es la reciprocidad. Un favor, hecho de un animal a otro, puede ser pagado por otro favor en sentido contrario más tarde, para la ventaja de ambos, tan tarde como que el costo de hacer el favor sea más pequeño que el beneficio a recibir.

Pero, lejos de ser altruistas, los animales sociales pueden ser meramente recíprocos egoístas de favores deseados. Los niños reciben como garantizado el cuidado de sus madres, los hermanos y hermanas no sienten la necesidad de reciprocar cada acto de bondad entre ellos, pero los individuos no relacionados por lazos de parentesco están especialmente atentos a las deudas sociales.

Trivers predijo virtualmente el “tit-for-tat” (esto por aquello) y señaló que la principal condición que se requiere para su funcionamiento es una relación repetitiva y estable. Por ejemplo, en los arrecifes de coral se encuentran las estaciones de limpieza, lugares específicos donde van peces grandes, incluidos predadores, sabiendo que al llegar van a ser limpiados por pequeños peces. Los peces pequeños, obtienen alimento, los grandes, limpieza: hay mutuo beneficio. Y esto es así, aunque los limpiadores son del tamaño de las presas que los grandes comen, y entran y salen de sus bocas limpiando sus partes interiores y exteriores.

Es verdad que el que ocurra un problema en uno de los encuentros puede animar a la defección, pero una frecuente repetición anima a la cooperación, y la lección para los humanos es que nuestro frecuente uso de la reciprocidad en la sociedad puede ser una parte inevitable de nuestra naturaleza, un instinto social.

La reciprocidad puede que alguna vez no funcione, por la falta de reciprocidad de alguno y puede perder o ganar una batalla, pero, finalmente, gana la guerra, porque la vida no es un juego de suma cero: en el que mi éxito necesita serlo a tus expensas; sino que los dos, podemos ganar a la vez. Es cierto que la reciprocidad es vulnerable a los errores. Se ha demostrado que dos personas cooperan felizmente hasta que alguno deja de cooperar, a partir de ese momento se castigan traicionándose, no compensándose y durante un largo tiempo se penalizan perjudicándose mutuamente hasta que alguno de los dos procede a cooperar y el otro toma confianza para hacerlo también. Pero una defección se puede producir por error. Otra cosa a tener en cuenta es que los generosos pueden optar por olvidar los errores y todo puede continuar bien, si sigue la cooperación. Hemos hablado de castigo y de confianza. Por lo tanto, es conveniente identificar bien a aquellos en los que no has hallado reciprocidad. Así que firmemente pero amablemente hay que cooperar con los cooperadores, volver a cooperar después de una defección mutua, porque la generosidad del perdón es más conveniente, y penalizar al que continúa con la defección en su comportamiento.

Esto no es más que una estrategia “moral” que puede tener algún costo en el comportamiento individual, un costo que es justicia. La penalización puede ser mediante el poder de la fuerza o de la autoridad, pero también puede ser mediante el poder del ostracismo social, la expulsión del grupo, el no reconocerlo como compañero conveniente. Si la gente reconoce a los “malos”, simplemente rehúsa jugar al juego de la vida con ellos, que se puede aplicar perfectamente a partidos políticos, a sus líderes y a sus miembros. Todo ello nos lleva a identificar cuatro tipos de estrategias: altruistas identificados, que juegan solo con aquellos que nunca les han fallado; los voluntarios de la defección, que siempre tratan de engañar; solitarios, que siempre tratan de evitar un encuentro; y los que llevan a cabo su defección selectivamente, que están preparados para jugar solo con aquellos que nunca han producido ninguna defección antes, para poderles engañar. Tengámoslo en cuenta. Pero la clave está en el castigo del ostracismo. Y los humanos, con la capacidad para reconocer y para recordar, son los mejor equipados para exigir, mediante la imposición de la autoridad o por el poder del ostracismo, la reciprocidad. A esa exigencia la podemos denominar moral o deuda, obligación, favor, contrato, intercambio o justicia.

Que quien haya leído esto, haga un esfuerzo de reciprocidad y cooperación actuando en consecuencia, por ejemplo, en la próxima investidura de gobierno en España. Haciéndolo tanto en la vida privada como, sobre todo, en la pública estará aplicando una estrategia de éxito. H

*Doctor en Derecho