El "cambio tranquilo" prometido por José Luis Rodríguez Zapatero ha resultado más agitado de lo previsto. Ni la política exterior, ni la territorial, ni la social tienen ya nada que ver con las que pilotó José María Aznar. Pero, por encima de estos volantazos, el gran hito del Gobierno socialista ha sido ensayar en su primer año de mandato un nuevo modo de hacer política, más amable que el del PP. A falta de ulteriores evaluaciones, el "talante" y el "método de la sonrisa" popularizados por Zapatero le han hecho merecedor, cuanto menos, de un notable en conducta.

Pese a tratarse de un concepto insulso, el talante --"Modo o manera de ejecutar una cosa. Semblante o disposición personal", según el diccionario-- es ahora el motor de la acción de Gobierno. Zapatero lo asocia a la capacidad de diálogo, a la sensibilidad social, a la humildad y a lo que en su día definió como "el arte de rectificar". En otras palabras, buenas maneras y mejores intenciones.

Junto a algunas incertidumbres --las consecuencias de la tensión con EEUU o la disposición real del Ejecutivo a avanzar en el autogobierno--, han aflorado síntomas de precipitación, descoordinación e improvisación. El conflicto del valenciano, el caos de la nevada navideña, la accidentada regularización de inmigrantes y las erráticas propuestas sobre vivienda son sólo algunos ejemplos.

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