Ni la autodeterminación, ni la unidad territorial de las siete provincias que conforman la mítica Euskal Herria --con Navarra y las tres francesas-- ni la amnistía para sus centenares de presos. Tras 43 años de actividad terrorista y de haber dinamitado tres intentos de negociación con gobiernos de distinto color político, ETA ha claudicado a cambio de nada. Derrotada policial y judicialmente y abandonada por su base social y política, se ha visto forzada poner punto final sin concesión alguna.

Su historia ha sido una historia de terror y fracasos y su final, cuando lleva dos años sin atentar, un año sin extorsionar y meses sin alentar la kale borroka, su fracaso más estrepitoso. Más allá de la jerga con la que la cúpula etarra acompañó el anuncio de su cese definitivo, el hecho de hacerlo sin contraprestación demuestra que sus cuatro décadas de terror han sido estériles, que solo le han servido para sembrar dolor.

Desde el inicio de la democracia, ETA ha tenido al menos tres ocasiones de pactar su final. Entre 1986 y 1989, se sucedieron los contactos con representantes del Ejecutivo de Felipe González, en las llamadas conversaciones de Argel, en las que participaron con Txomin Iturbe, Eugenio Etxebeste y Antxon y por el Gobierno, el secretario de Estado de Seguridad, Rafael Vera, y el dirigente socialista Juan Manuel Eguiagaray. Eran años de plomo, en los que los asesinatos se contaban por decenas.

Aquel intento de buscar el fin dialogado del terrorismo fue avalado por todos los partidos, incluida la Alianza Popular de Manuel Fraga. Pero ETA rompió el diálogo y volvió a matar. Con González en la Moncloa, los socialistas, que gobernaban en Euskadi con el PNV, practicaron una política antiterrorista dura e intransigente, lograron la colaboración de Francia y mantuvieron la unidad de los partidos democráticos en el Pacto de Ajuria Enea. Pero también sondearon la posibilidad de un acuerdo, especialmente con Antxon, que tras el fracaso de Argel fue deportado a Santo Domingo. Después, con José María Aznar llegó una segunda gran oportunidad. ETA declaró una tregua en septiembre de 1998, después de que todas las fuerzas nacionalistas suscribieran el acuerdo de Lizarra.

Aznar, que incluso se refirió a ETA como "el Movimiento de Liberación Nacional Vasco", envió a los entonces secretario de Estado de Seguridad, Ricardo Martí Fluxá, y al secretario general de la Presidencia, Javier Zarzalejos, a Zúrich (Suiza) a celebrar una reunión con una delegación de la banda terrorista. Pese a la disponibilidad del Gobierno central para iniciar el diálogo --que ahora Aznar niega--, ETA tras 14 meses de tregua volvió a atentar.

Hoja de ruta

Con la llegada de José Luis Rodríguez Zapatero se abrió la última gran oportunidad. El dirigente del PSE, Jesús Eguiguren, y el líder aberzale Arnaldo Otegi, fijaron, en el santuario de Loyola, una hoja de ruta similar a la de Irlanda del Norte. Se generaron grandes expectativas. Otegi incluso negociaba con el PSE y el PNV el derecho a decidir de los vascos. Pero todo saltó con los 800 kilos de explosivo colocados en la T-4 de Barajas. Es entonces cuando ETA se queda sola. La cúpula aberzale, ilegalizada, acosada policialmente, temerosa de perder también su base social, no ve más salida que aceptar las vías democráticas. Promueve una reflexión en sus bases que desemboca en la declaración Zutik Euskal Herria, en febrero de 2010. Recaba apoyos internacionales, va a apartándose de la banda y reclamándole que pare. El pasado verano, Otegi llegó a decir que su existencia era "un estorbo". Esta semana ETA puso punto final.