Derrotada y habiendo anunciado el cese definitivo de su actividad terrorista, ETA conserva, por lo que parece, la capacidad de desconcertar a las fuerzas políticas vascas. Desconcertarlas y enfrentarlas. De no ser así, no se entiende el desbarajuste que están demostrando PSE y PNV, especialmente, y el cruce de reproches, codazos e, incluso, golpes bajos que se están propinando en una estúpida competición por llevarse el protagonismo de la nueva etapa. No el lendakari, Patxi López, y el presidente del PNV, Iñigo Urkullu; no, ellos mantienen la cortesía y la inteligencia política, pero sí algunos de sus lugartenientes.

Cualquiera diría que, pese a llevar tanto tiempo esperando, nadie tenía definida una estrategia para el final de ETA. O que no la tenían pactada. O sea, que cada uno tiene la suya e intenta imponérsela al otro. Y eso que esta es una de esas cuestiones de las que socialistas y nacionalistas moderados llevan hablando desde el siglo pasado, y con el PP, al menos, unos meses.

Pero ha sido iniciar López la ronda de consultas con todas las fuerzas políticas y sociales y empezar a emborronarse el panorama en el frente democrático, que lejos de transmitir una imagen de unidad, compromiso, seriedad y responsabilidad para afrontar un periodo largo y difícil que precisará de consensos, ofrece un espectáculo de riña de patio de colegio.

La iniciativa del lendakari de convocar actos unitarios para celebrar el fin de la violencia se ha convertido, sin ir más lejos, en arma arrojadiza. No habrá concentraciones para expresar la alegría, pero en Ajuria Enea dicen que Urkullu compartía la idea. Sin embargo, dirigentes del PNV, como su presidente en Álava, Iñaki Gerenabarrena, atacó la iniciativa con el argumento de que "este es momento de trabajar y no de ponerse medallas". Esto es que al partido de Urkullu le preocupa que López o el PSE pretendan atribuirse el mérito del fin de ETA. Pero la respuesta del consejero de Interior, Rodolfo Ares, acusando al PNV de rechazar las concentraciones porque solo mira por el rabillo del ojo a Bildu, demuestra también el temor de los socialistas a que el nacionalismo les robe protagonismo. Una pelea por los méritos o por el espacio político que se tendrá que ir disolviendo en un acuerdo para pilotar el proceso juntos, también con el PP, que, si aciertan los sondeos, gobernará a partir de enero en España. El PP, por cierto, tiene sus líos propios. Con ese clan de radicales, liderados por Jaime Mayor Oreja, que con su obsesión conspiranoica de la negociación entre Zapatero y ETA le enmienda la plana a un moderado Mariano Rajoy, que se ha felicitado de este final del terrorismo sin compensaciones políticas.