Rajoy, perdida toda la credibilidad entre sus colegas europeos y mundiales por haberse instalado en la mentira sistemática, ha tenido mucha suerte. Y con él todos nosotros, los ciudadanos que pagamos los platos rotos de los políticos de los dos grandes partidos y la orgía del desgobierno del PP, ejecutada sobre los restos que dejó el PSOE.

Si Italia no llega a encontrarse en una situación muy grave y Francia no hubiera temido que sus vergüenzas económicas quedaran al descubierto, la respuesta de Europa a España habría sido muy diferente, de la misma dureza germánica a la que estábamos acostumbrados: primero las reformas y los recortes, después las ayudas.

En la práctica, las cosas han ido de una manera bastante diferente, si no contraria. España ha sido en los últimos tiempos beneficiaria principal de las dos macroinyecciones de liquidez del Banco Central Europeo y del rescate bancario.

Si pese a ello la prima de riesgo ha subido hasta las nubes, las culpas no se pueden atribuir precisamente a la falta de solidaridad europea. En la famosa cumbre de esta semana, España ha resultado una vez más favorecida, más de lo que podían prever las más optimistas expectativas.

El presidente se encuentra ante una bifurcación Puede continuar por el mismo camino de exigencia y defensa, de esperar el maná sin obrar en consecuencia, o bien aceptar las contrapartidas y ponerlas en práctica antes de que a papá Europa le suba la mosca a la nariz y la próxima vez le diga: "Ya te las arreglarás".

Si ha costado tanto tomar las decisiones que más favorecen al euro es por la desconfianza que provoca España. De Monti y de su país, todo el mundo se fía. De España, nadie.

En consecuencia, la partida se juega a partir del lunes entre la aceptación de las condiciones o la resistencia. El papel de Rajoy, y el del PSOE, consiste en salvar los muebles carcomidos del capitalismo que Madrid ha confundido con el amiguismo. Consiste en no cumplir los compromisos del déficit. Viva la virgen y a pasar la gorra.

¿Cuál de los dos caminos prefiere? Sin duda, el acostumbrado de exigir y no cumplir. Por eso en la rueda de prensa de ayer, que fue una exhibición de prepotencia maleducada, Rajoy negó consecuencias macroeconómicas.

¿Qué camino seguirá? El correcto, si le obligan. Por tanto, el futuro de España --no ya el de Europa, confiemos en ello-- se encuentra en la letra pequeña y el cumplimiento de las exigencias de la UE. El control directo de la banca y de los presupuestos.

Diría que esta vez ya no se saldrá con la suya y que es lo mejor que puede pasar. A Rajoy. Y a España.