El Gobierno se queda sin astronautas. Pedro Sánchez efectúa un viraje en Redondo, decreta el fin de una leyenda, la desaparición del hechicero merlinesco que absorbía demasiado protagonismo. La Moncloa disculpa errores, pero no perdona a quienes ensombrecen al presidente. En un requisito del casting, ninguno de los nuevos ministros supera en peso político a los salientes.

Sánchez se proclama árbitro único de la situación. Se sucede a sí mismo, no se deja asesorar. En su aparición sumaria se situó bajo la anodina advocación "verde, digital y feminista", quién predicaría lo contrario. Si quieren otro síntoma de cesarismo, ahí está la desgana con la que comunica la remodelación al Rey. O el repaso perentorio a los recién llegados, como si fueran palafreneros en vez de ministros.

El error de Sánchez consiste en olvidar que un Gobierno de menor calado le dará más trabajo. La incorporación de alcaldes de tercer nivel se interpreta por los pífanos de La Moncloa como un ascenso del municipalismo, cuando es solo una promoción de la insignificancia. Nadie que no hubiera glosado ayer la talla olímpica de las alcaldesas de Gavà, Gandía o Puertollano puede jalear hoy su promoción como una bendición anhelada.

En un primer momento, se adelantó que la salida de Pablo Iglesias pacificaba el ejecutivo y le garantizaba una larga vida. Será coincidencia, pero la izquierda no gana una encuesta electoral desde mayo. En cuanto se esfumó el enemigo común con coleta, Carmen Calvo y Redondo empezaron a pelearse entre ellos. Los rivales han sido decapitados al unísono, en un rasgo franquista que también cuenta con precedentes en González y Aznar.

En el número dos solo teórico de la vicepresidencia, Nadia Calviño podría ocupa el mismo cargo con el PP, y nadie debe descartar que así ocurra. En cuanto al inesperado eclipse de Ábalos, una pérdida para las grandes constructoras, solo queda averiguar cuánto tiempo tardará en renegar abiertamentede los indultos.

Pese a congregar a los ministros más odiados, Podemos no se toca, una inmunidad natural que sorprende en Madrid porque en la capital centrípeta jamás entenderán una coalición. La promoción por descarte de Yolanda Díaz no debe interpretarse como su afianzamiento en el liderazgo de Podemos, sino como su aproximación al PSOE en el que acabará militando como todos los excomunistas.

La exteriorizada González Laya amontonaba más meteduras de pata que intervenciones. Encabezaba la lista de ministros regañadores, junto a Celaá, Marlaska o la María Jesús Montero afortunadamente apartada de la portavocía. El sacrificio en Exteriores es indoloro a cambio de un guiño rentable a Rabat, que puede felicitarse de haber ganado el duelo vecinal.

El mantenimiento de los ministros policiales tranquiliza la esfera del orden público, pero asombra la perpetuación del equipo covid, con Calviño en los dineros, Reyes Maroto indisolublemente ligada al desastre turístico y una Carolina Darias que escenifica con éxito muy limitado el tránsito del Gobierno al negacionismo de conveniencia. El propio Sánchez habla de "recuperación de la pandemia" con los contagios desatados, en lo que supone como mínimo un ejercicio de voluntarismo.

No tendría sentido extenderse en ministros inexistentes como Uribes, el Ángel Gabilondo del Gobierno, que ha logrado mayor atención el día de su destitución que durante sus meses de anomalía gubernamental. Las puertas giratorias empiezan a activarse en Redondo, y Madrid le reclama su docta opinión sobre la remodelación a Inés Arrimadas, líder de un partido difunto de cuyo nombre nadie quiere acordarse.