Creció descalzo. Fue el mejor alumno de su escuela, pero no pudo terminar los estudios. Trabajó de panadero. Tocó la trompeta en una banda errante y cultivó la hoja de coca. El fútbol lo llevó a la actividad sindical y luego a escribir su nombre en la historia boliviana. Evo Morales se ha convertido en el primer presidente indio de un país en el que, asegura, "los despreciados y humillados" nunca han tenido voz propia y, en adelante, dejarán de hablar bajito, como pidiendo perdón.

Nació el 26 de octubre de 1959 en Isallavi, en el seno de una comunidad aimara del departamento de Oruro. "Todo era allí propiedad colectiva", evoca. Los Morales Ayma eran siete hermanos. Cuatro murieron de niños. Todavía se ve con seis años caminando junto a su padre durante dos semanas detrás de unas 50 llamas, atravesando el frío y la lluvia, calmando su estómago con pieles de naranja y plátano que arrojaban desde los ómnibus.

Fundador de un equipo

A los 14 años fundó un equipo de fútbol. Lo llamó Fraternidad, sin saber que el destino se revelaría con la forma de una pelota. "Era el capitán, el árbitro, el director técnico, era como dueño del equipo", dijo. Le tocó hacer la milicia durante el golpe de Estado con el que Juan Pereda Asbún derrocó en 1978 al dictador Hugo Banzer.

Al dejar la milicia, migró al Chapare (región tropical de Bolivia). Otra vez el fútbol le abrió puertas. Gracias a sus goles, Morales se volvió popular entre los cultivadores de coca. Entró al sindicato como secretario de Deportes y con los años encabezó las luchas de los campesinos contra la política de erradicación del cultivo ancestral que sucesivos gobiernos iniciaron en los 90 en sintonía con EEUU.

Lo demás vino por añadidura. En 1997 fue elegido diputado. Participó luego de la fundación del Movimiento al Socialismo (MAS). En el 2002, el presidente provisional Jorge Quiroga (el mismo al que derrotó el domingo) pidió su expulsión del Congreso por "narcoterrorista" tras un sangriento episodio en el que murieron cuatro cocaleros, tres militares y un policía. Inició una huelga de hambre y ganó la pelea.

Meses más tarde, se presentó como candidato presidencial. Las encuestas no le favorecían. El embajador estadounidense en La Paz, Manuel Rocha, lo satanizó hasta el punto de convertirlo en uno de los favoritos. Morales quedó segundo, detrás de Gonzalo Sánchez, el presidente que, un año más tarde huiría hacia Miami al estallar la llamada "guerra del gas".

El asunto del gas

Las protestas populares del mes de octubre del 2003, que se saldaron con decenas de muertos, empezaron cuando la población de El Alto se opuso a que la exportación de gas a EEUU pasara por puerto chileno. Morales estuvo junto a los líderes de esa revuelta pero, a la larga, les terminó sacando ventaja. Durante el Gobierno provisional de Carlos Mesa se convirtió en su exacto contrapeso y devino un virtual coautor de la ley de hidrocarburos que rechazan las empresas petroleras extranjeras.

La alusión a "el Evo provoca urticaria en la élite económica, especialmente entre la de Santa Cruz, la región más próspera y "blanca" de Bolivia. En su rostro proyectan la imagen del caos. La televisión cruceña recuerda su condición de soltero y padre de una niña --a la que, afirma, tardó en reconocer--; en la pantalla se burlan de sus orígenes, descalifican su aptitud intelectual. Morales ha demostrado ser más intuitivo y sagaz de lo que sus oponentes creían. Dice admirar a Fidel Castro y a Hugo Chávez. Semejantes declaraciones no dejan de encender todas las alarmas en Washington.