El huracán Dean sorteó ayer los lugares más turísticos de México para ir a embestir con fuerza máxima la parte sur del estado de Quintana Roo, cerca del ya desalojado muelle de cruceros de Majahual.

Solo su velocidad de traslación, 32 kilómetros por hora, impidió que el ciclón arrasara la ciudad de Chetumal, 60 kilómetros más al sur, donde las autoridades hablaron de "daños mínimos" en medio de un panorama de árboles arrancados y calles inundadas tras el paso de ráfagas de 300 kilómetros por hora. El ciclón fue bajando de categoría (quedó en 1) al atravesar la península de Yucatán, pero iba a salir al mar por Campeche y amenazará hoy Veracruz.

"Fueron ocho horas de angustia, pero este pasó rapidito, no como Wilma, que iba a paso de tortuga", comparaban ayer, aliviados, los habitantes de la costa que permanecieron en albergues del interior y recordaban el huracán de hace dos años.

INÉDITO EN AGOSTO Esta vez, el ojo del huracán pasó a casi 300 kilómetros al sur de Cancún. Allí y en los alrededores de la cercana Playa del Carmen, permanecieron la mayor parte de los 25.000 turistas, entre ellos casi 6.000 españoles, en hoteles fortificados, albergues o sus habitaciones que, pese a la intensidad de lluvia y viento, no llegaron a sentir siquiera las bandas externas de Dean, cuyo radio era de menos de 100 kilómetros.

El ojo del huracán, convertido en un monstruo de categoría 5, máxima en la escala Saffir-Simpson --inédito, además, en agosto-- penetró en tierra por una zona de marismas y se metió hacia el interior de la península yucateca por la selva baja. En Majahual habitan un centenar de personas que ofrecen bebida y comida a los fugaces turistas de los programados cruceros. Todos habían salido del lugar, la mayor parte evacuados a albergues de Chetumal. La primera población interior en sufrir fue Carrillo Puerto, al norte, y algo más lejos del vórtice, la propia Chetumal, capital del estado de Quintana Roo.

Los vecinos contaron cómo "volaban las láminas" que techan muchas casas, los grandes anuncios y los rótulos. Después caían los postes y "volaban las tapas de los tinacos", que guardan el agua encima de las casas. Después, los árboles caían arrancados y "volaban ramas enormes y hasta los mismos tinacos". Tras unos "momentos de calma", el viento volvió, "ahora del otro lado", con toda su intensidad: más de 250 kilómetros por hora, con ráfagas de más de 300.

INDÍGENAS AFECTADOS Más al interior, el huracán azotó alrededor de un centenar de comunidades indígenas que optaron por permanecer en sus aldeas, en medio de la selva, baja pero tupida, e ir a refugiarse a los cenotes, o cuevas formadas por el agua subterránea en esa península calcárea. Volaron muchas cabañas y palapas, o techados de hojas de una palma llamada guano, y las zonas más bajas quedaron aisladas en medio de las dos carreteras principales y muchos caminos, cortados por inundaciones y árboles caídos.

Salvo unos pocos, varados en el aeropuerto de Chetumal, los turistas permanecieron encerrados a salvo en la parte norte del estado. El aeropuerto de Cancún, que vivió durante el fin de semana un auténtico éxodo turístico, "no llegó a cerrar", como precisó un portavoz. Ayer, con el aterrizaje de aviones con veraneantes estadounidenses, "volvió a operar casi con normalidad". Del lado del golfo, los turistas tenían refugio en la de por sí fortificada ciudad de Campeche.

AMENAZA A VERACRUZ Dean fue bajando de categoría a medida que cruzaba durante el día la península de Yucatán. Comunidades similares del sur del estado que lleva también ese nombre sufrieron los efectos laterales del ciclón, que al pasar ayer tarde por el estado de Campeche llevaba fuerza de categoría 1 y un ojo desdibujado que se movía a 30 kilómetros por hora.

El huracán perdía fuerza al friccionar con la tierra, descargar agua y no estar nutriéndose de mar, pero los expertos decían que iba a recobrarla al salir anoche al golfo de México, por el sur de la ciudad de Campeche, y atravesar la reserva petrolífera de Cantarell, 140 pozos --cerrados y evacuados-- de los que México no puede extraer 2,7 millones de barriles diarios.

"Nuestro temor es que recobre fuerza en el golfo de México", dijo el propio presidente, Felipe Calderón, al abandonar la cumbre norteamericana de Canadá y regresar al país para encabezar las labores de ayuda en la península de Yucatán, con un ojo en Veracruz, hacia donde apuntaba el meteoro. Los meteorólogos y las radios locales aún advertían: "Nadie debe bajar la guardia ni salir de casa, porque todavía es un huracán".